La muerte de las grandes salas de cine

Hace unas semanas leí que cerraba el Palacio Balañá de Barcelona, uno de los cines más grandes que quedaba en la ciudad. La empresa del mismo nombre ha ido cerrando sus cines poco a poco, no hace mucho caía el Aribau de la Gran Vía y duro fue el cierre hace ya más tiempo del mítico Cine Urgel, con su desaparición (una sala que tenía 1800 butacas) moría una forma de ver cine.

La noticia ya no impacta, incluso me atrevo a decir que hasta pasa desapercibida. Ir al cine ya no es aquella ilusión de ir con bastante tiempo de antelación para hacer menos cola, ver las fotos, la carátula, pisar la catifa, que el acomodador te acompañara, una pantalla grande con una cortina, etc.

Hoy en día ya sabemos que hasta hay gente que ve cine por el móvil, incluso el DVD es otra víctima de los nuevos tiempos que no siempre son mejores. No pretendo con mis palabras pasar como un reaccionario o el abuelo Cebolleta nostálgico, pero el cine si era arte es porque tenia un componente que lo diferenciaba de otros: el social. Había el teatro, sí, pero era más caro a menos que fuese uno amateur, comparen precios.

En el mundo de hoy en día, movido por el dinero, la inmediatez y la falta de sensibilidad parece no tener espacio ya la sala de cine como conocemos, sino complejos de multisalas con párquing  y  restaurante de comida rápida al lado.Y probablemente en un futuro ya ni eso, cada vez se va más a las plataformas por internet y lo que estas ofrezcan. Es el triste final del cine que únicamente si siguen habiendo películas de calidad podrá ser considerado arte y no un producto de consumo como está sucediendo cada vez más





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