Tucker, un hombre y su sueño (1988)

 


Ya que estos días en el Festival de Cannes hemos vuelto a ver a Francis Ford Coppola y a George Lucas he pensado en hablar de una película que reunió a ambos, se trata de Tucker, un hombre y su sueño del año 1988. La carrera del director no iba bien, monumentales fracasos como Corazonada (1981) o proyectos que en su momento tampoco tuvieron la respuesta comercial esperada como Rebeldes (1983) o títulos más de autor con grandes divisiones en la crítica como Cotton Club (1984) o Jardines de piedra (1987). La sombra de El padrino resultó larga y su cine dejó de interesar al gran público.


A finales de los 80 pensó en rescatar un viejo proyecto, se trataba de la vida de Preston Tucker, quien diseñó en los 40 un nuevo coche de combustión interna dotado de un sistema de seguridad entonces revolucionario que incorporaba elementos luego imprescindibles como los frenos de disco o el cinturón. El temor de los otros fabricantes hizo que le acusaran de fraude y lo llevasen a juicio y aunque lo ganó, se arruinó y finalmente murió en 1958. “Tucker es una película que quería realizar (…). La llevo en el corazón por razones personales de familia. La vida y los ilusionados proyectos de Preston Tucker me tienen fascinado” comentaba.

El padre del director, Carmine Coppola, invirtió en acciones de Tucker y había llevado a su hijo a ver el tan llamativo coche, este conserva dos coches de los 51 que se fabricaron. Se dice que George Lucas tiene otros dos, el director de Star Wars le produjo la película ya que Coppola apenas la podía financiar, en su momento él le había  producido el American Graffiti (1973) cuando nadie creía en esta y fue una forma de agradecimiento de dos amigos que se habían distanciado. Aunque el nombre de Lucas suele ser mal visto por más de uno, hay que agradecer que pusiera dinero en una película que bien sabía que no iba a ser rentable. En EEUU apenas se vio, en España solo acudieron 210.413 espectadores, cifra pésima para una producción que había costado 24 millones de dólares.

El rodaje de esta fue en secreto según apunta la prensa de la época, Jeff Bridges fue el escogido para dar vida a Tucker, anteriormente había hablado con Burt Reynolds ya que, según él, se parecía físicamente (la verdad es que viendo las fotos originales, cuesta ver esa similitud). Destaca en el reparto un Martin Landau el cual conseguiría una nominación al Oscar, el año siguiente volvería a estarlo por su rol en Delitos y faltas (1989) de Woody Allen, un magnífico actor que tuvo que esperar hasta 1993 en obtener la estatuilla por Ed Wood con su inolvidable encarnación de Bela Lugosi. Encontramos también a un habitual del director como Frederic Forrest o un jovencito Christian Slater. Dean Stockwell también llena la pantalla metiéndose en la piel de Howard Hughes en una escena bastante sombría que se aleja del tono restante.

La fotografía corrió a cargo de Vittorio Storaro que se había revalorizado aun más al ganar el Oscar por El último emperador (1987), la cuidada decoración artística a cargo de Dean Tavoularis y Armin Ganz y el vestuario a cargo de Milena Canonero también estuvieron nominadas a la estatuilla preciada. Es una película muy cuidada en todos sus aspectos, la música corría a cargo de Joe Jackson y resultaba pegadiza.

Desde finales de los 60 hasta 1988 el director había pensado varias maneras de llevar a la pantalla tal historia, primero pensó en una comedia sin grandes pretensiones, luego ideó tratarla en plan Ciudadano Kane, después darle forma de musical, hasta mantuvo contactos con Leonard Bernstein, pero el fracaso de Corazonada hizo que no se atreviese, finalmente pensó en rodarla en plan muy clásico, con muchas influencias del cine de Frank Capra. Así Jeff Bridges es como un Gary Cooper en Juan Nadie luchando contra todos, un personaje muy quijotesco. “El talento creativo en mi país estalló con la II Guerra Mundial (…) Yo he querido librarme de la esclavitud de las grandes empresas de producción fundando mi propia productora” declaraba Coppola. No obstante, ya he mencionado que tuvo que recurrir a George Lucas, una película como esta en la que criticaba a su país, el capitalismo y dejaba en evidencia a las grandes marcas de coches de entonces apenas iba a ser promocionada

Enfático como es todo el film, presenta además muchas escenas familiares, la esposa está muy presente en los momentos más difíciles de él, la actriz Joan Allen aborda su papel con gran psicología de miradas y gestos, una buena contraposición al tipo de actuación de Jeff Bridges nerviosa en el buen sentido de la palabra y con mucho brío, en la versión original su tono de voz es siempre fuerte y animosa, con una sonrisa presente en casi todo el metraje, el guion recoge un hábil diálogo en el que ella le dice que tiene la sonrisa de Clark Gable. Como curiosidad, aparece el padre del actor, Lloyd Bridges, en el papel de un oscuro senador.

Quizá puestos a encontrar defectos, la pasión de Coppola hacia el personaje y sus coches le hace cruzar la línea roja de lo que es una biografía de una hagiografía. En lo que es la estética, ritmo y montaje esto no tiene efecto, pero podría pasar que el público más distante hacia el tema y la época no se viera reflejado por el mensaje final de que lo importante es tener éxito como persona, tener siempre fe en uno mismo, saber defender las ideas y la creatividad individual, aunque eso acabe pagándose con el fracaso.

En todo caso, Tucker es una película notable y optimista, quizá de lo mejor en esta etapa irregular de no saber encontrarse a sí mismo y contradecirse. Al cabo de un año tendría que rodar El padrino III para recuperar la confianza en el gran público que pasaba de largo con sus obras personales. 

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