El congreso se divierte (1931)
El Congreso de Viena fue una Conferencia internacional que congregó a los representantes de los principales Estados europeos, desarrollado en la capital en 1815, con objeto de establecer la paz en el continente al término de las guerras napoleónicas y resolver problemas de interés común. De ella se escribió mucho, casi se diría que ahí están los cimientos de la crónica rosa, desde que se celebraban a diario bailes que terminaban a altas horas de la madrugada y en la que los delegados rivalizaban en el baile en busca de amoríos. Pero, especialmente, dos personajes fueron los que más acaparaban la atención: el zar Alejandro I y el príncipe Clemente de Metternich, ministro de relaciones exteriores del Imperio Austríaco, su hija María Luisa fue esposa de Napoleón, tal matrimonio de estado arruinó la débil alianza de por sí entre Napoleón y el zar, por lo que acabaron siendo “enemigos íntimos”.
Ambos personajes tenían fama de mujeriegos, del zar se
escribió que llegó a asistir 40 noches seguidas a las fastuosas fiestas que se
celebraban en los salones. La ironía llegaba a tal punto que el príncipe Carlos
José de Ligné acuñó la frase de que el Congreso no avanzaba, sino que bailaba.
A pesar de tantos desmanes, salió un nuevo equilibrio
europeo que no fue del gusto británico y que favorecía sobre todo a Rusia,
entre esta y Prusia se repartieron Polonia, no obstante Metternich tuvo el
mérito de frenar los afanes imperialistas del zar Alejandro cuyas intenciones
eran quedarse con media Europa.
Charell sabía diferenciar bien entre teatro y cine, El
congreso se divierte es una gran prueba, todo estudioso del séptimo arte
debería verla y aprender de esa libertad de cámara y aprovechar cada plano.
Pero no solo en el apartado técnico brillaba, el argumento, en un principio
aparentemente algo ingenuo con Metternich y el zar jugando al perro y al gato, se
convierte en toda una delicia. La ironía empieza desde el primer momento,
frases con doble sentido y escenas implícitas muy en la línea de lo que fue el
“toque Lubitsch”, una de las que más me gustan es cuando los diplomáticos
están bailando y se muestra la sala de reuniones vacía, pero sus sillas se balancean,
Metternich aprovecha para anunciar ahí un asunto como aprobado y que la
decisión se ha tomado por unanimidad.
Sorprende ver a los actores tan expresivos recién salidos de un cine mudo, Lilian Harvey en su papel de Christel, la vendedora de guantes que le lanza un ramo de rosas al zar y que se confunde con una bomba, esto da pie a todo el enredo amoroso y que tendrá su mejor momento en toda una inolvidable secuencia donde monta en el coche que le lleva a la cita con el zar interpretado por Willy Fritsch, se pone a cantar y hace el recorrido en un plano luego bastante imitado. Encarnando al príncipe Metternich tenemos a Conrad Veidt, quizá el actor que más conocemos por sus papeles luego de malo. Todo ello ayuda a conseguir 90 minutos de total alegría, si alguien se siente triste, le recomendaría que acudiera a verla, será una buena medicina.
No pasó por alto el talento de su director en Hollywood, en
1934 dirigió Caravana para la Fox con Charles Boyer y Loretta Young, con música
de Werner Heymann y algunas canciones de Cole Porter, sin embargo resultó una
película fallida por la estética presentada que no convenció al gran público,
en su país se vio apartado por la llegada del partido Nazi ya que él era de
ascendencia judía, a ello hay que añadir que El Congreso se divierte no gustó nada
a Goebbles que la prohibió por la visión que daba de la nobleza y de los altos
mandatorios, o sea que otra razón más para verla. Y es que los personajes están
dulcemente ridiculizados, por ejemplo, el secretario de la embajada rusa
aparece gordo, dejado y algo desquiciado, su única misión parece ser concertar
citas entre el zar y la vendedora de guantes
No sé si porque me dio por revisar antes la primera versión,
encontré algo floja esta, lo cual no quiere decir que sea una mala película,
más bien que le cuesta arrancar. La historia varía algo, la trama resulta más enrevesada,
la acción empieza en un museo de cera que sirve para que su guía nos vaya
presentando a los personajes y volver hacia atrás. A o largo de sus 90 minutos
también tendremos otras introducciones como la del pintor que va describiendo
lo que ve, una aparición de Napoleón, alguna que otra broma, una cortina que
cierra cierta escena porque se nos dice que en el cine “actual” ya hay
demasiado sexo, etc.
Da la sensación de haber querido remarcar más la parte
técnica, vemos muchas persecuciones, tomas aéreas de Viena, mucho colorido, en España se estrenó en las Navidades de 1966, en Barcelona se despidió el año con ella en el olvidado cine Waldorf que ese año volvía a abrir sus puertas renovado y bautizado como Waldorf Cinerama…El
juego de como el perro y el gato entre el zar y Metternich no tiene la química de
la anterior, resulta más logrado el papel de Lilli Palmer y el papel de Paul
Meurisse como Conde Talleyrand que nos dice que los ideales políticos son como
el tiempo, siempre parece que van a cambiar. Quizá la mejor escena es la de
cuando el zar saca un mapa mientras está en la cama para ir poniendo nuevas
fronteras, remarca que es su método para coger el sueño, mientras otros cuentan ovejas.
A pesar de la diferencia que hay entre ambas versiones, su
visión también es agradable y simpática, en un momento determinado se sustituye
el vals por un baile “ye ye” de los 60, me hizo recordar a aquella versión de
La verbena de la Paloma de José Luis Sáenz de Heredia de 1963.
Siento no poder poner un enlace con la película completa y subtitulada, en determinadas bibliotecas de algunas ciudades pueden encontrar el DVD. A la venta y a precios elevados aun encontrarán alguna copia, si la hallan, no lo duden y guárdenla bien.
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