Brigadoon (1954) y que el tiempo se pare

 



Finales de agosto y más de uno apurando los últimos días de vacaciones, otros habrá que las empezarán y bastantes que no podrán. Sea como sea el estado de cada uno, es evidente que el tiempo pasa y nos gustaría evocar aquel bolero de Lucho Gatica de “Reloj no marques las horas” y que pudiera hacerse realidad, aunque no tengamos en cuenta que sería aburridísimo repetir cada día lo mismo, y si no que se lo digan a Bill Murray en Atrapado en el tiempo. Por cierto, ¿recuerdan la canción que salía al final de esta, justo cuando empiezan los tan denostados títulos de crédito que tanto me gusta reivindicar? Ahí la cantaba Nat King Cole y se titulaba “Almost Like Being in Love”, canción perteneciente al musical Brigadoon de Lerner y Loewe la cual encajaba de maravilla en el tema que se trataba.



Leyendo el espléndido programa de la Filmoteca en Barcelona de este agosto, se han acordado de que era el centenario de Cyd Charisse y la película escogida ha sido la versión cinematográfica que del musical realizara Vincente Minnelli en 1954. El argumento trata sobre dos cazadores estadounidenses en Escocia, los cuales se pierden y hallan un pueblo que no aparece en el mapa y que en medio de la niebla aparece una vez cada cien años, el problema sucederá cuando uno de ellos (Gene Kelly) se enamore de una de las mujeres de ahí.

Si uno se pone a pensar mucho, es posible que tal historia le resulte no ya inverosímil, sino lo que vendría después. Sin embargo, conviene tener en cuenta que de lo que se trata es de abordar el tema de las relaciones entre el sueño y la realidad, tema muy presente en la filmografía del director, la fugacidad de la vida y el "Carpe Diem". A Kelly le acompaña Van Johnson que se muestra incrédulo en todo momento, incluso hasta cae mal ya que le toca ser partícipe en una de las escenas más dramáticas.



Cuando vemos despertar a la gente en Brigadoon da la sensación de que todos son felices, un “locus amoenus” donde todo es alegría, para nada nos viene a la mente la razón de por qué un pastor tuvo que rogar a Dios hacerlo desaparecer en el siglo XVIII para evitar que la brujería lo corrompiera, por lo tanto pocos días han vivido desde entonces. El esquema de la leyenda es el habitual, todo aquel que traspase las líneas fronterizas del pueblo romperá el hechizo.

A pesar de que cierto tono de "violetas y caramelos" impera, Minnelli le da ese toque estético que en un principio iba a ser de otra manera ya que iba a ser rodado en escenarios naturales, primero en la misma Escocia, pero por el clima no se pudo, luego se buscó un escenario parecido ya en EEUU, pero la Metro decidió recortar el presupuesto y rodarla en estudio. Así pues sentimos una bruma romántica en el exterior y una reminiscencia de las pinturas flamencas en el interior, lo cual hace que el espectador se sienta atraído e incluso hasta algo hipnotizado.

Por otra parte, es bien curioso que sea de los pocos musicales con tintes trágicos, o sea que el dicho de que las apariencias engañan cobra aquí sentido. Sin querer destripar, tenemos dos puntos clave, el personaje de Harry cuyo desenlace es tapado, algo por otra parte típico de bastantes pueblos tranquilos de querer esconder lo malo y por otro lado el amor que siente Gene Kelly hacia Cyd Charisse, pero para tenerla tiene que quedarse ahí y por lo tanto someterse a estar dormido otros cien años.



El musical no hubiese sido lo mismo sin la excelente composición de Loewe y Lerner (My Fair Lady, La leyenda de la ciudad son nombre…) Números como el The Heather on the Hill donde nos dejamos dominar por todos esos valles, ríos y montañas. El Once in the Highlands , tema muy emotivo y poético, el I´ll Go Come with Bonnie Jean con una vitalidad y energía que solo una mente privilegiada podría escribir o el mencionado Almost Like Being in Love. Mención aparte son esas coreografías, incluso ciertas escenas sin ser musicales tienen esa percepción.



Minelli optó por contrastar lo que sería ese ambiente bucólico con una cafetería ruidosa de Nueva York, y priorizar el amor. Siempre que veo Brigadoon pienso en otro final que resultase ambiguo sin perder la magia y me da la sensación de que más de uno así lo pensaría. Pero quitando los puntos débiles de esta, es una maravilla poder recurrir en mi caso al DVD y volver a Brigadoon, querer que ese reloj tan antipático no marcara más las horas y creer que aun hay espacios en este mundo en el que la gente esté siempre contenta, de bien seguro habremos notado sensaciones parecidas en las vacaciones o en otros momentos de relajación. Si pueden, véanla en la Filmoteca, será como entrar en ese lugar, así se llama también una sección del Festival de Sitges. ¿No eran acaso las salas de cine una especie también de Brigadoon? Malditos relojes...



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