¡Que vienen los rusos! (1966) Norman Jewison in memoriam

 



Seguimos desgraciadamente con las necrológicas, el pasado 20 de enero fallecía a los 97 años el director y productor Norman Jewison, un cineasta que tan pronto era infravalorado como sobrevalorado por la crítica, pero de lo que no cabe duda es que sus títulos más famosos siguen bien presentes en las distintas programaciones de las televisiones o en plataformas. Su nombre se engloba en una generación de realizadores que ya se alejaban de los cánones del cine clásico dorado hollywoodense y que tratarían temas como los derechos civiles, la denuncia del racismo y cierto espíritu crítico contra la política estadounidense, ahí estaban Mike Nichols, Arthur Penn, Sam Peckinpah, John Schlesinger, Franklin J. Schafner, etc.

Jewison, no obstante, se diferenciaba de ellos porque aun bebía bastante del cine clásico y combinó comedias, musicales, dramas judiciales, sociales, ciencia ficción, etc. Sus inicios en el campo de la comedia no suelen estar entre los más reconocidos, debutó en Soltero en apuros (1963) una comedia al servicio de Tony Curtis muy blanda y familiar, que pasó a la historia por ser la primera que lograba rodarse en el Disneylandia californiano, siguieron títulos mejores como la tercera entrega de la comedia al servicio de la pareja Rock Hudson/Doris Day titulada No me mandes flores (1964) o la infravalorada El arte de amar (1965). Entre estas destaca Que vienen los rusos (The Russians Are Coming) (1966), comedia disparatada que se englobaba en aquel subgénero paranoico que Kubrick inmortalizara con su Teléfono rojo ¿Volamos hacia Moscú? (1964) o Woody Allen escribiera su obra de teatro aquí titulada Los USA en zona rusa y de la que hablamos hace unos meses


¡Que vienen los rusos! era algo más que una sucesión de situaciones hilarantes, detrás se esconde una crítica a la Guerra Fría y un alegato al entendimiento y a la paz entre las naciones, muy propio de lo que se estaba cociendo en esos años. Jewison adaptaba la novela de Nathaniel Benchley The Off-Islanders (1961), tal escritor quizá lo conozcan más por su apellido y es que era el padre de Peter Benchley, el autor de Tiburón. Sin embargo, nos quedamos más con el nombre del guionista William Rose que acababa de escribir El mundo está loco, loco, loco. Su capacidad para escribir se reflejaba en varias comedias de la Ealing  como El quinteto de la muerte o La bella Maggie u otras británicas muy populares como Genoveva.

Así pues, más que recurrir al humor de sal gorda y a describir personajes infantilmente grotescos se prioriza lo que es encontrar los puntos ridículos en común de ambos y apostar que todos nos podemos entender a pesar de las diferencias. Eso no significa que la comedia no tenga momentos algo más subidos de tono y alguna que otra situación que con el tiempo ha quedado algo envejecida, en parte porque parece que cada vez nos gusta menos reírnos y si es de nosotros mismos peor.

A Jewison le salió una película larga, se va a más de dos horas, aunque el ritmo no lo pierde, su comienzo es brillante con ese contraste entre lo que es la típica familia americana de vacaciones con niño repelente incluido y los rusos que buscan ayuda. Brilla ahí Carl Reiner, el director lo contrató porque como el personaje era un escritor pensó que el público lo aceptaría más al ser uno real, y en el otro bando tenemos al genial Alan Arkin en su etapa de comedias para la United Artists. En medio de ellos un John Phillip Law cuyo personaje bondadoso irá teniendo protagonismo en todo el metraje.

Durante la película tenemos más contrastes y es que los buenos guiones funcionaban (y seguirían funcionando) de esta manera, ahí tenemos al jefe de policía Brian Keith en un papel muy a su medida en oposición al que interpreta Paul Ford como autonombrado jefe de esa milicia para salvar a los americanos de la invasión rusa, un personaje, por otra parte, muy en la línea Ealing y que consigue la habilidad de ridiculizar y a la vez que sintamos piedad hacia él. También brilla toda una serie de personajes secundarios como la telefonista, la vecina a la que no hacen caso de tanto quejarse, Jonathan Winters en su papel del policía Norman exigiendo a lo largo de la película que hay que tener un plan o el capitán ruso "serio" Theodore Bikel. Y tenemos ahí a Eva Marie Saint, no es un papel para lucirse, pero cumple debidamente como la sufrida esposa de Reiner.

Durante el rodaje, hubo alguna situación también digna de haber sido llevada al argumento, la Armada de los EEUU no quiso dejar un submarino ya que en la película se iba a enarbolar una bandera soviética, sin embargo la Fuerza Aérea sí cooperó y permitió que salieran dos cazas. La visión humana de los rusos no fue del todo bien encajada por cierta crítica, el mensaje de igualdad entre seres humanos se tildaba de comunista y poco patriótico aun por algunos, aun así logró unos excelentes resultados en taquilla y en España también. Se trataba de criticar la Guerra Fría y que ya iba siendo hora de que se buscase algún entendimiento que pusiera fin a ese absurdo y no por tratarlo se era un antiestadounidense o de determinados pensamientos políticos, Hollywood ya iba dejando atrás la caza de brujas .

Así pues, sin la complejidad de la película de Kubrick, Jewison lograba un filme divertido, accesible y que tras la sonrisa o la carcajada hubiera tiempo para la reflexión. La idea luego fue retomada con resultados desiguales por Steven Spielberg en su 1941. Al año siguiente dirigía En el calor de la noche, alegato antirracista que fue la gran triunfadora de los Oscars cuando estos aun valían la pena. Descanse en paz Norman Jewison, yo me sitúo en el grupo de los que piensan que está infravalorado, ya solo el hecho de llevar a la pantalla El violinista en el tejado (1971) o resucitar la comedia romántica con Hechizo de luna (1987) le colocan en un pedestal preferente

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