¡Que vienen los rusos! (1966) Norman Jewison in memoriam
Jewison, no
obstante, se diferenciaba de ellos porque aun bebía bastante del cine clásico y combinó comedias, musicales,
dramas judiciales, sociales, ciencia ficción, etc. Sus inicios en el campo de la comedia no suelen
estar entre los más reconocidos, debutó en Soltero en apuros
(1963) una comedia al servicio de Tony Curtis muy blanda y familiar, que pasó a
la historia por ser la primera que lograba rodarse en el Disneylandia
californiano, siguieron títulos mejores como la tercera entrega de la comedia
al servicio de la pareja Rock Hudson/Doris Day titulada No me mandes flores
(1964) o la infravalorada El arte de amar (1965). Entre estas destaca Que
vienen los rusos (The Russians Are Coming) (1966), comedia disparatada que se englobaba en aquel subgénero
paranoico que Kubrick inmortalizara con su Teléfono rojo ¿Volamos hacia Moscú? (1964) o Woody Allen escribiera su obra de teatro aquí titulada Los USA en zona rusa y de la que hablamos hace unos meses
¡Que vienen
los rusos! era algo más que una sucesión de situaciones hilarantes, detrás se esconde una
crítica a la Guerra Fría y un alegato al entendimiento y a la paz entre las
naciones, muy propio de lo que se estaba cociendo en esos años. Jewison
adaptaba la novela de Nathaniel Benchley The Off-Islanders (1961), tal escritor quizá
lo conozcan más por su apellido y es que era el padre de Peter Benchley, el
autor de Tiburón. Sin embargo, nos quedamos más con el nombre del guionista
William Rose que acababa de escribir El mundo está loco, loco, loco. Su capacidad para escribir se reflejaba en varias comedias de la Ealing como El quinteto de la
muerte o La bella Maggie u otras británicas muy populares como Genoveva.
Así pues,
más que recurrir al humor de sal gorda y a describir personajes infantilmente
grotescos se prioriza lo que es encontrar los puntos ridículos en común de
ambos y apostar que todos nos podemos entender a pesar de las diferencias. Eso
no significa que la comedia no tenga momentos algo más subidos de tono y alguna
que otra situación que con el tiempo ha quedado algo envejecida, en parte
porque parece que cada vez nos gusta menos reírnos y si es de nosotros mismos
peor.
A Jewison le
salió una película larga, se va a más de dos horas, aunque el ritmo no lo pierde, su comienzo es brillante con ese contraste entre lo que es la típica
familia americana de vacaciones con niño repelente incluido y los rusos que buscan ayuda.
Brilla ahí Carl Reiner, el director lo contrató
porque como el personaje era un escritor pensó que el público lo aceptaría más
al ser uno real, y en el otro bando tenemos al genial Alan Arkin en su etapa de
comedias para la United Artists. En medio de ellos un John Phillip Law cuyo
personaje bondadoso irá teniendo protagonismo en todo el metraje.
Durante la
película tenemos más contrastes y es que los buenos guiones funcionaban (y seguirían funcionando) de esta
manera, ahí tenemos al jefe de policía Brian Keith en un papel muy a su medida
en oposición al que interpreta Paul Ford como autonombrado jefe de esa milicia
para salvar a los americanos de la invasión rusa, un personaje, por otra parte, muy
en la línea Ealing y que consigue la habilidad de ridiculizar y a la vez que
sintamos piedad hacia él. También brilla toda una serie de personajes
secundarios como la telefonista, la vecina a la que no hacen caso de tanto
quejarse, Jonathan Winters en su papel del policía Norman exigiendo a lo largo
de la película que hay que tener un plan o el capitán ruso "serio" Theodore Bikel.
Y tenemos ahí a Eva Marie Saint, no es un papel para lucirse, pero
cumple debidamente como la sufrida esposa de Reiner.
Durante el
rodaje, hubo alguna situación también digna de haber sido llevada al argumento,
la Armada de los EEUU no quiso dejar un submarino ya que en la película se iba
a enarbolar una bandera soviética, sin embargo la Fuerza Aérea sí cooperó y
permitió que salieran dos cazas. La visión humana de los rusos no fue del todo
bien encajada por cierta crítica, el mensaje de igualdad entre seres
humanos se tildaba de comunista y poco patriótico aun por algunos, aun así logró unos
excelentes resultados en taquilla y en España también. Se trataba de criticar
la Guerra Fría y que ya iba siendo hora de que se buscase algún entendimiento
que pusiera fin a ese absurdo y no por tratarlo se era un antiestadounidense o de determinados pensamientos políticos, Hollywood ya iba dejando atrás la caza de brujas .
Así pues,
sin la complejidad de la película de Kubrick, Jewison lograba un filme
divertido, accesible y que tras la sonrisa o la carcajada hubiera tiempo para
la reflexión. La idea luego fue retomada con resultados desiguales por Steven
Spielberg en su 1941. Al año siguiente dirigía En el calor de la noche, alegato antirracista que fue la gran triunfadora de los Oscars cuando estos aun valían la pena. Descanse en paz Norman Jewison, yo me sitúo en el grupo de los que piensan que está infravalorado, ya solo el hecho de llevar a la pantalla El violinista en el tejado (1971) o resucitar la comedia romántica con Hechizo de luna (1987) le colocan en un pedestal preferente
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