Un recorrido por películas clásicas, ya sean buenas o malas, para cinéfilos de esos que se quedan hasta el final de los créditos. Un blog escrito por Carlos Muñoz Muriedas
Centenario Claude Sautet: Ella, yo y el otro (César et Rosalie, 1972)
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Repasando los centenarios de este
año, teníamos en febrero el de Claude Sautet (Montrouge, 1924-París 2000), un
nombre que probablemente no tenga el reconocimiento adecuado y que para ciertas
generaciones de más allá de la década de los 90 ni siquiera lo conozcan, aunque estuviese
dirigiendo prácticamente hasta el final de su vida. Fue un director que no
quería unirse a ninguna escuela o movimiento, él mismo insistía en ello, su
manera de entender y concebir el cine lo aproximó también a cierto público no
tan intelectual como el que tenían sus colegas Truffaut, Godard o Malle, pero
también a no empatizar demasiado con una parte de la crítica cinematográfica
que calificaba sus obras anodinamente, aunque otros lo definían como el gran
cronista de las dudas y las crisis sentimentales de la burguesía posterior al
Mayo del 68.
Y es que para Sautet, aunque las
temáticas que abordó no se alejaban de las características del cine francés, la
película no tenía que dejar de ser un espectáculo. Conseguía una fórmula en la
que los personajes expresaban sus pensamientos, reflejaban en sus miradas y nos
adentrábamos en la psicología de todos ellos sin pecar de pretenciosidad ni
mensajes filosofantes tan característicos en el cine galo. Ya en 1951 dirigió su primer corto, siguió como guionista en
filmes como La fauve est laché de Maurice Labro que supuso el lanzamiento de
Lino Ventura o la perturbadora e imitada hasta la saciedad Les yeux sans visage (1960)
de George Franju. También ejerció de productor, pero su
carrera de director salta a la fama con Las cosas de la vida (1970), la historia de un
abogado que sufre un grave accidente de coche y que le lleva a meditar
entre las dos mujeres de su vida...
Y como si de una trilogía se
tratara, rodó después Max y los chatarreros (1971) y Ella, yo y el otro (1972), película de
la que trato hoy y cuyo título original es Cesar et Rosalie, en cierta
publicidad se decía que era un film donde dos y dos hacían tres, estábamos ante
un "ménage à trois" entre Rosalie (Romy Schneider), divorciada con una hija pequeña, que divide su tiempo entre su familia y César (Yves Montand), el hombre del que cree estar enamorada. Pero tras cinco años desaparecido aparece su antiguo amor David (Sami Frey) y esto le comportará una crisis de sentimientos.
Como ven el argumento no se alejaba para nada de lo que habíamos visto ya, el mismo Sautet declaraba que la película bien se podía acabar a los cinco minutos, pero que lo que interesaba era el comportamiento los personajes más que la trama. Fue un gran acierto la elección de Yves Montand, un actor al que había conocido recientemente y que le asombraba la fuerza cómica ingeniosa que llevaba dentro y cómo se podía ir amoldando su personaje al drama: “Montand es un tipo muy fino que tiene un complejo: cree que no está lo suficientemente cultivado. (…) En Francia no tenemos este tipo de personajes a la vez fuertes y cobardes, un Lee Marvin o un Karl Malden” declaraba.
Y es que su personaje tenia todo lo que quería plasmar: posesivo, primario, caradura, pero con sentimientos y que le daba a Rosalie una salud y alegría de vivir en las antípodas del otro hombre de su vida, David, el cual es contemplativo, no quiere apropiarse de ella, es bohemio y apenas gana dinero con sus pinturas y cómics al contrario que César que no para de ganar dinero vendiendo chatarra de coches, de trenes y de barcos. A pesar de las características opuestas de las dos, no hay juicio moral, habrá momentos que César cometa acciones lamentables, pero su capacidad de rectificación equilibrará su personalidad, por otra parte el vacío en los sentimientos de David también encontrará su equilibrio a la hora de no ser vengativo y buscar ante todo una solución amistosa.
Y entre ellos, Romy Schneider en una de sus mejores actuaciones, quizá la mejor con Sautet que la situó donde ella merecía y que demostraba ser una excelente actriz, sus miradas lo dicen todo, sabía enfocar la cámara de tal manera que reflejara todo su interior sensible: "Cuando ruedo con Romy siento una especie de fuerza, de calor, de gusto por la vida. A veces la encuentro dura, pero no es fría”
A pesar de que como he dicho antes, el realizador no se definía en ningún estilo, hay en César et Rosalie una marcada técnica, planos muy estudiados, escenas que remiten incluso a pinturas, hay un momento incluso que plasma a ella desnuda estirada, pero tapada con el contraluz y él pintando y reflejándose en el espejo, plasmación que ya sabemos que Velázquez tan sabiamente supo plasmar en Las meninas y que tanto influyó en el arte pictórico y evidentemente en el cine. Pero Sautet con su falsa modestia restaba importancia: "Las razones por las que decido rodar un plano de tal dimensión, utilizando tal objetivo, bajo tal foco, con ese ritmo y con una expresión me escapan inmediatamente después, que me lo expliquen los exégetas”
No hay duda de que el cine de Sautet estaba adquiriendo su importancia y de ahí que cada vez cuidara más los planos, aunque no fuese quizá su intención primera. Cesar et Rosalie es ante todo un canto a la amistad y a que la gente se puede entender a pesar de diferencias y rivalidades, un canto al verdadero amor, a saber ser sincero ante todo y a saber perdonar y no guardar rencores. Estamos ante una película realista y emotiva y a una demostración de que los argumentos, a pesar de estar muy vistos, pueden tener su interés siempre que los personajes estén bien construidos como pasa aquí y en gran parte de la filmografía del director.
Seguimos con la Navidad y en este caso homenajear al autor de una de las canciones más populares que se oyen en estas fechas, probablemente “la canción” y no solamente calificarla como una navideña más, pues es la más vendida de la historia, me estoy refiriendo al "White Christmas" (“Blanca Navidad”) de Irving Berlin. Mucho se cuenta sobre cómo la compuso, se habla de que estando en una piscina y tras leérsela a su secretaria, se dio cuenta de que había escrito, tras varios intentos, su mejor canción. Esta era para la película Holiday Inn con Bing Crosby y Fred Astaire del año 1942 e inédita en España, aunque está editada en DVD y alguna plataforma como Filmin la tiene. En algunos sitios se la bautiza como “Quince días de placer” y se ambienta en las fiestas de durante todo el año en EEUU: Año Nuevo, Cumpleaños de Lincoln, Día de San Valentín, Cumpleaños de Washington, Domingo de Pascua, Día de la Independencia, Acción de Gracias y Navidad. <
Acaba de cumplir 90 años Michael Caine, más de un medio ha aprovechado para repasar sus mejores películas y su carrera en general, me apunto a ello y escojo una de sus interpretaciones más curiosas, la que ofreció en 1988 en Un par de seductores dirigida por Frank Oz y acompañado por Steve Martin. La película era un remake de una comedia de 1964 dirigida por el veterano realizador televisivo, poco pródigo en el cine, Ralph Levy y que contaba ni más ni menos que con Marlon Brando y David Niven que no pudieron evitar que fuera un fracaso, a Brando no se le daban bien los intentos por hacer comedia y el público no respondía a sus esfuerzos de cambio de registro, recuerden aquella La casa de té de la luna de agosto . En cambio, David Niven sí encajaba perfectamente en el género con su aire caballeresco, no hacía mucho que acababa de interpretar el personaje de Sir Charles Lytton en La pantera rosa . Pero antes de contar con Caine y Martin, originalmente fue un proyecto para Mick J
El próximo 16 de abril se celebra el centenario de Henry Mancini, me adelanto a tal efeméride y dedico la entrada del blog a una selección de sus obras. Nacido en Cleveland (Ohio), era hijo de un emigrante italiano del pueblo de Scanno. Ya desde pequeño se aficionó a la música (a los 12 sabía tocar el piano virtuosamente). Durante la II Guerra Mundial tuvo que servir en las fuerzas aéreas y en infantería, ahí hizo amistades con miembro de la banda de música que le permitieron incorporarse a la orquesta de Glenn Miller como arreglador musical y pianista. Tal faceta llamó la atención de los estudios Universal que le contrató para su equipo musical, durante varios años fue un compositor en la sombra de bastantes títulos sin que su nombre apareciera: Perdidos en Alaska (1952), Música y lágrimas (1953), La mujer y el monstruo (1954) Tarántula (1955). Uno de sus primeros grandes éxitos le vino de la televisión: el tema de Peter Gunn de la serie homónima y dirigida por Blake Edward
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