Mi dulce geisha (1962): el cine es verdad, el cine es mentira...

 




Puestos a celebrar el cumpleaños de Shirley McLaine, algo que gusta hacer en este blog al igual que reivindicar películas que pocos citan, hablamos esta semana de Mi dulce geisha del año 1962, buena fecha para la actriz que acababa de protagonizar El apartamento de Billy Wilder o La calumnia de William Wyler. En este caso la dirigió Jack Cardiff, otra debilidad de quien escribe.


Pero del Cardiff realizador no destacan demasiado sus títulos, se centró sobre todo en el género de aventuras y de acción. A esto hay que añadir que Mi dulce Geisha es más una obra de productor, en este caso de quien fuera el marido de McLaine, Steve Parker, aunque este no se dedicó mucho al cine. La bibliografía de la película es escasísima y los datos son algo confusos, parece que controló bastante el rodaje y fue quien eligió al director ya que lo admiraba.

Fue un matrimonio peculiar, él vivía y trabajaba en Japón por lo que es de suponer que la película guarde alguna que otra analogía con su vida privada. Se veían en contadísimas ocasiones y tuvieron una hija, más tarde se supo que habían roto por descubrir ella que Parker tenía relaciones con una jovencita nipona, incluso se apropió de su cuenta corriente para abrir otra a nombre de su novia. La actriz llevó mucho tiempo este sufrimiento en silencio,  el divorcio no se consumó hasta 1982 y según cuentan todo esto empezó a ocurrir en 1961, precisamente mientras se rodaba Mi dulce Geisha.

La elección de Cardiff, el cual se atrevía con la comedia por primera vez, no desentonó y es de sus mejores trabajos en esta faceta. Ayudó mucho que la Paramount recurriera en el guion a Norman Krasna, un todoterreno capaz de adentrarse en todo tipo de géneros, había llenado las arcas del estudio de la montaña con Navidades Blancas y acababa de tener un éxito con el guion de El multimillonario, aquella comedia con Marilyn Monroe y Yves Montand dirigida por Cukor de estilo similar a la presente.


Precisamente, se recurrió a Montand para que protagonizara la película, entre los secundarios tenemos al mítico Edward G. Robinson haciendo de productor y a Robert Cummings en un papel de galán caradura. Con el toque Paramount encabezado por el vestuario de Edith Head reunía todas las cualidades para conseguir una buena comedia, pero el público no la retuvo con el tiempo, por suerte la Paramount la recuperó en DVD en el 2006, aunque posteriormente con la crisis del sector no ha vuelto a aparecer. En las plataformas tampoco la he visto anunciada.

Probablemente, ciertas corrientes la tilden injustamente de machista y obsoleta, por eso la quiero defender. Es un buen retrato de lo que es la vida de un matrimonio dedicado al cine y sus respectivos egos, él (Paul) busca su éxito personal sin que le digan que es porque sale su mujer, y ella (Lucy) se toma mal que busque otra actriz para su obra más íntima, una versión de Madame Butterfly rodada en el mismo Japón, por lo que se las ingeniará para disfrazarse de geisha y engañarle. Esos rasgos negativos quedan bien definidos, por igual, en ambos.

A pesar de las ingenuidades inevitables que van saliendo, ya se sabe que no es fácil creerse que engañe tan fácilmente a su marido, el guion salva bastante las dificultades, sabe dosificar bien las escenas, no abusa de cierta comicidad fácil con los equívocos y recurre a alguna que otra escena dramática (cuando el personaje de Bob Cummings entra solo en la habitación de ella), aunque acabe resolviéndose con humor y optando por el humor blanco. Por otra parte, hay ciertas referencias a las nuevas corrientes cinematográficas, ella suelta que bien una estrella puede hacer el papel y que se tendrá que comer sus palabras con salsa "Nouvelle Vague" lo de que tiene que ser una desconocida.

La comedia hasta entonces se desarrollaba en estudios, aquí aunque sea con el pretexto de que tiene que rodar en Japón, se escapa de ese modelo y apuesta por los exteriores tal y como reivindicaban Godard, Truffaut y compañía. Por otra parte, se analizan las personalidades de los productores, le dice Edward G. Robinson a ella que es tan deshonesta que acabará produciendo. Lo estudios se niegan a que un director haga una película de autor y reclaman el nombre de ella, de no ser así la financiación será escasa, sin poder utilizar el color y recortando bastante, aunque él sea un director con cierto nombre, no se confía en su habilidad por sí solo, el deseo de Montand es romper esa barrera de una vez. Hay también cierta autocrítica hacia la supremacía estadounidense, McLaine necesita unas lentillas para hacerse pasar por geisha y el productor le comenta que habrá que encargarlas en los EEUU,  ella sorprendida comenta que es en Japón donde se inventaron.

En un diálogo, Montand cuenta que la cámara tanto agranda la verdad como la mentira, y en Mi dulce Geisha viéndola sin prejuicios sabe enfocar muy bien lo que es un matrimonio enamorado, pero incapaz de asumir sus roles independientes. Cuando él se marcha a rodar se recurre a un beso apasionado entre los dos bastante bien filmado que contrasta con las reflexiones de que quiere triunfar sin depender de su esposa, ella por otra parte le tiene mucha confianza, quizá aquí sí que el guion resulte algo estereotipado, aunque por otra parte no hace sino reflejar e intensificar la fragilidad de su personaje. Sin querer desvelar finales, a ese juego de saludos y reverencias mientras hablan se le puede exprimir bastante, la concepción del cine como mentira queda bien definida, sin olvidarnos de que en la vida real tampoco había sinceridad como he comentado antes a pesar de que no supiéramos nada. Tenía razón él y la cámara enfoca los dos polos opuestos.

Les recomiendo que si la encuentran, la vean. No se queden con una primera visión y también disfruten de su calidad técnica. Ese cuidado hollywoodiense que aun perduraba, pero que se iba extinguiendo y afectando seriamente al género de la comedia, reflexionen sobre ese cine dentro del cine y deléitense con esas bellas arias de la ópera Madame Butterfly (casi es como si vieran otra película dentro de esta) y muy especialmente de lo gran actriz que siempre ha sido Shirley McLaine que sabía darle esa sensibilidad tan exquisita a sus personajes.

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