El día de los enamorados (1959)

 



Ya que el calendario este año ha sido travieso y el día en que Doña Cuaresma vence a Don Carnal ha coincidido con el día de San Valentín, vamos a celebrarlo viendo El día de los enamorados (1959), película muy popular en su día. Incluso no hace muchos años, Hollywood apostó por lo que aquí ya se había hecho seis décadas antes y Garry Marshall realizó Historias de San Valentín.  E
l objetivo de este blog es dar cabida también a ese cine popular del que apenas ningún crítico habla y recordar nombres de los que nadie se acuerda o ni siquiera llegó a saber que existían en pleno auge.

Uno de estos fue Fernando Palacios, director de esta, nacido en Zaragoza en 1916, su prematura muerte a los 49 años a causa de una angina de pecho cortó una carrera comercial que precisamente empezó con El día de los enamorados y siguió con títulos taquilleros como por ejemplo Siempre es domingo (1961), Tres de la Cruz Roja (1961 ) y muy especialmente La gran familia (1962). Su trabajo se multiplicaba y se le encargaron dos películas con Marisol: Marisol rumbo a Río (1963) y Búsqueme a esa chica (1964), también empezó a trabajar con la ya apenas recordada pareja Pili y Mili en Whisky y Wodka (1965). A ello se añade la secuela de La gran familia estrenada una semana antes de su inesperado fallecimiento.

Empezó de ayudante de dirección de su tío Florián Rey y luego de Ladislao Vadja, del primero decía que le gustaría heredar su corazón y del segundo su técnica. Cuando era preguntado (y criticado) por si solo hacía cine popular contestaba que su ideal sería conjuntar e integrar la minoría con la mayoría. Su trabajo no era tampoco fácil, a pesar de que sus filmes se calificasen como inocuos, conseguir tantos éxitos de taquilla seguidos requería también cierta habilidad no valorada.

En El día de los enamorados se juntaron detrás varios nombres importantes de nuestra industria, un joven Pedro Masó fue el creador de la historia y y había escrito guiones para las también comedias exitosas Manolo, guardia urbano (1956) o Las chicas de la Cruz Roja (1958). Ahí le acompañaban para los diálogos Antonio Vich cuyo trabajo había destacado sobre todo en la Fedra (1956) de Mur Oti o Los clarines del miedo (1958) y Rafael J. Salvia que aparte de director había escrito los notables guiones de El Judas (1952) o Cuerda de presos (1956). Si Masó en su argumento se acercaba al estilo Negulesco, los guionistas se encargaban de darle más forma de sainete castizo, con ello conseguían que el presupuesto no fuera tan elevado al no tener ese glamour hollywoodiense y que el público se sintiera más representando por los personajes.

A todo esto se añadía la música, Augusto Algueró que había conseguido un gran éxito con la canción de Las chicas de la Cruz Roja, aquí creaba otro que acompañaba el metraje y que facilitaba aun más la comercialidad del título. Curiosamente la compuso también en catalán, así lo recordaba Concha Velasco en uno de esos cines de Barrio con Parada, las hermanas Serrano fueron quienes cantaron esta versión que fue olvidada por la versión castellana cantada por el trío Globetrotters y popularizada por Monna Bell.


El argumento de El día de los enamorados hablaba de cuatro parejas que eran ayudadas por San Valentín en sus problemas, ahí teníamos un magnífico reparto, en el lado femenino la recordada Concha Velasco, ahí Conchita, cuya popularidad iba en aumento, la arrogante Katia Loritz, la bondadosa María Mahor y la sensible Mabel Karr. En el lado masculino Tony Leblanc que reunía las características adecuadas para este tipo de películas, Antonio Casal en su etapa más madura como galán y francamente divertido, Manuel Monroy, actor catalán bastante olvidado como uno de esos galanes secundarios y el joven Ángel Aranda, cuyo atractivo físico le llevó a protagonizar peplums y spaghetti westerns.

Pero entre todos ellos el que se llevó la máxima popularidad en el film fue Jorge Rigaud en su papel del santo, nacido en Buenos Aires como Jorge Rigato, emigró a Francia y llegó a trabajar con René Clair (14 de julio), pero el éxito le vino con esta película lo que le propició participar en un sinfín de películas, aunque como secundario. Volvió a interpretar su gran papel en su secuela, también dirigida por Palacios y con los mismos guionistas, menos conseguida a nivel argumental.

 A pesar de los presupuestos reducidos  se cuidaban los aspectos técnicos y la película gozaba de un sistema Eastmancolor que aun le daba más vitalidad y optimismo a quienes buscaban en el cine una válvula de escape. Con los años, también se puede ver como un documento sociológico y analizar esa España que salía de la posguerra y en la que era posible aparcar el coche en la Gran Vía madrileña. Hay detalles que bien podrían pasar a formar parte de un museo de historia, observen esos cines como el Actualidades o el Palacio de la Prensa con un cartel de El zorro de los océanos con John Wayne de protagonista, el retrato de ese Parque del Retiro como el lugar ideal de los enamorados, la alegría de la tuna universitaria, las “Galerías Preciados” que fueron quienes importaron tal día con finalidades comerciales a partir de un artículo de González Ruano en el diario “Madrid”... Ingredientes muchos de ellos concebidos como cursis, pero honestos y deliciosos, vale la pena verla y si es sin prejuicios uno la disfrutará más, no hagan caso de ciertas voces que la consideran un modelo de comedia anacrónico, el cine español también, cuando quiere, repite la fórmula, fíjense en casos como Barcelona, noche de verano (2013) o Barcelona, noche de invierno (2015) por ejemplo

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