Don Juan, mi querido fantasma (1990)
Última semana de octubre, toca retrasar la hora del reloj, hay que renovar el armario, ponerse ropa de manga larga o dejar de ir a la playa. Todo ello ya nos lo iban anunciando esas calabazas tenebrosas de la noche de Halloween que en los últimos años han ido penetrando en nuestra sociedad y que no paramos de ver en los escaparates.
Pero los más clásicos tenemos otros signos que marcan el cambio de tiempo: las castañeras y su olor característico que tanto nos evoca, las visitas a los cementerios y recordar a nuestros seres queridos y por otra parte, claro está, ver alguna función del Don Juan Tenorio de Zorrilla...
Ya que las diferentes
cadenas de televisión no paran de repetir sus películas en poco espacio de tiempo, podría
cortar y pegar los artículos que en años anteriores escribí acorde con el
calendario: les hablé del día de los muertos de México en Macario (1960) o en Bajo el volcán (1983) y de una versión hollywoodiense del Don Juan en El burlador de Castilla (1948). Les paso los enlaces, de momento no me he contagiado y ofrezco
algo a mis lectores “nuevo”, en este caso una comedia simpática sobre el Don
Juan que dirigiera Antonio Mercero en 1990 y cuyo título era Don Juan, mi
querido fantasma.
La acción se desarrolla en Sevilla un 1 de noviembre de 1990 cuando Don Juan sale de su tumba, como
cada año, para redimir sus pecados y así poder salir del purgatorio.
Paralelamente, el actor Juan Marquina está ensayando una versión musical de la
obra. A partir de ese momento, sus dos mundos se unirán en un círculo de
aventuras, enfrentándose ambos donjuanes con la colaboración de cuatro mujeres
con influencia en sus destinos.
El propósito principal de
Mercero era el de entretener y que el espectador se riera, aun hace tres
décadas había un mayor conocimiento de este y el Halloween no nos había
llegado, aunque era evidente aquello de que los tiempos cambiaban: “Se ha
desmitificado bastante con el paso del tiempo, no tiene nada que ver con el que
dibujó Zorrilla. Si además lo pasamos todo por el tamiz del humor, que siempre
es un poco iconoclasta, tenemos una especie de caricatura del machista,
altanero, orgulloso y vanidoso que es Don Juan” decía a la prensa.
El Don Juan,
probablemente es uno de los grandes mitos patrios junto con Don Quijote, la
Celestina o Segismundo, Valle Inclán lo había esperpentizado en Las galas del
difunto con el personaje de Juanito Ventolera… Y en el cine teníamos una
versión paródica a cargo de un Douglas Fairbanks, aunque no de las más
recordadas del gran Alexander Korda.
Mercero ya se aproximó al
personaje en un espacio de TVE de media hora de duración, él que se definía
como un peregrino del cine (realizador de algún No-Do, documentalista, director
de spots, de series...) acababa de cosechar un éxito crítico con Espérame en el
cielo (también comentada en este blog) y se animó a pesar de tener proyectos de
series (ya estaba sobre la mesa realizar Farmacia de guardia) a una
comedia con un reparto coral en la que llamaba la atención la aparición de
actrices “almodovarianas” tan de moda entonces, así pues teníamos a Loles León
(curo rasgo más hábil es el habla, pero aquí se comunica paródicamente con
castañuelas), María Barranco (como la Doña Inés en la función), Rossy de Palma
o Verónica Forqué (como Inés en la vida real, cleptómana). “No son propiedad
de Almodóvar” decía en plan de broma el realizador que contó con Juan Luis
Galiardo, actor que había recuperado fama por su papel en la serie Turno de
oficio y que estaba en plena lucha paradójica para quitarse la etiqueta de
galán.
En el año de la
producción lo que era la comedia popular española no pasaba por sus mejores
momentos, sin embargo, esta consiguió una buena subvención, estábamos a las
puertas del 92 y se quería promocionar la cultura propia. El público reaccionó
con tibieza, no fue un gran éxito, pero tuvo su público. Se dijo también que
las coreografías flamencas eran para comercializarlas en el extranjero: “Es
un mito universal, tiene una gran fuerza de penetración en los mercados
internacionales, y el cine español necesita abrir fronteras para ser rentable”.
El guion, en el que además
del propio Mercero participó Joaquín Oristrell, nos mostraba que el falso Don
Juan era despreciable, tiranizaba a los miembros de la compañía, maltrataba a
su novia, se acostaba con todas, traficaba con cocaína… En cambio, el verdadero
era bueno y afable... En la obra de Zorrilla es Doña Inés la que redime al burlador, pero aquí era él quien salva la salud mental de ella.
El lado más grotesco del
filme y más de “españolada” venía representado con los chistes sobre los
atributos sexuales donjuanescos, la forma de tratar el tema del narcotráfico,
un par de policías algo atolondrados o la forma banal de tratar la psiquiatría.
La trama se construye como una obra de teatro, en el segundo acto asistimos a todo un vodevil con muchas puertas, camas y confusiones que agilizan bastante el metraje. De lo demás se ocupa el magnífico reparto que incluía a José Sazatornil “Saza” que se reunía de nuevo con el director después de su divertido personaje en Espérame en el cielo. Teníamos también a Luis Escobar, Antonio Gamero, Rafael Álvarez “el Brujo” o Pedro Reyes. Así pues, creo que visionarla estos días puede ser una forma simpática de reivindicar que el Tenorio vuelva por estas fechas también.
Para abrir boca ahí va ese especial de Don Juan que Mercero realizó en los 70 en TVE con mucho elemento kitsch propio del momento
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