El pasado 20 de junio fallecía a los 88 años Donald
Sutherland, prácticamente no paró de actuar hasta sus últimos días, fue un
actor singular, ya su físico se apartaba de los arquetipos de estrella y a
pesar de su gran profesionalidad nunca fue nominado al Oscar. Intervino en casi
200 películas, su popularidad le vino especialmente gracias a Robert Altman en
MASH (1970), pero en sus inicios intervino en varias películas de terror curiosas hoy
en día como El castillo de los muertos vivientes (1964), Doctor Terror (1965) o Te espera la muerte, querida del mismo año.
Para rendirle un pequeño homenaje he elegido otra de este género, aunque con más medios y en su día una película que dio bastante que hablar, se
trata de Amenaza en la sombra (Don´t Look Now) de Nicolas Roeg, en ella da vida al arquitecto John
Baxter que para intentar superar la muerte de su hija se traslada con su mujer
Laura (Julie Christie) a Venecia con el encargo de restaurar una vieja iglesia.
Durante su estancia conocerán a un par de ancianas que dicen haber entrado en
comunicación con su difunta hija y que les advierten de un peligro inminente.
Roeg fue un director cuyo estilo fue alabado por
cineastas posteriores como Ridley Scott o Christopher Nolan y no tanto por la crítica en
su momento, sus comienzos fueron como director de fotografía, había trabajado
en la segunda unidad con David Lean en Lawrence de Arabia y le contrató para
Doctor Zhivago, pero ahí no se entendieron y le despidió, su trabajo más
popular fue con Truffaut en Fahrenheit 451. En su faceta de realizador destacan
Performance (1970) protagonizada por Mick Jagger en la que se vio una clara influencia de Borges, Walkabout (1971), The Man
Who Fell to Earth (1976) con David Bowie o Contratiempo (1980) con otro cantante Art Garfunkel,
pero es Amenaza en la sombra su película más famosa, su cine tuvo un bajón acusado después.
Envuelta en la polémica por una escena de sexo en la que se
decía que era real, estuvo censurada y consiguió el calificativo de morbosa,
algo que probablemente la perjudicara a nivel de valoración artística, en todo
caso ha quedado como una obra para muchos de culto. En España se estrenó con
casi dos años de retraso en 1975 y fue vista por 338.103 espectadores.
Aparte de su argumento terrorífico y las inquietudes psicológicas que va destilando, destacaba por estar
rodada en Venecia, pero esta no se presentaba en plan turístico, no obstante
estaba en auge el éxito de Visconti con Muerte en Venecia donde ya la habíamos
visto decadente y de forma distinta a la acostumbrada. Otro dato a tener en
cuenta era que se trataba de una adaptación de Daphne du Marier, cuyo nombre
sonará a más de uno por haber escrito Rebecca o Los pájaros.
Roeg opta por superponer planos, mover la cámara con nervio,
tender trampas al espectador, aunque si este es atento las irá hilando bien, más
de un susto nos provocará y también alguna que otra controversia cuando la comentemos,
habrá quien le parezca una maravilla, para otros un bodrio pretencioso o un
ejercicio de estilo que en manos de un Hitchcock podía haber sido otra cosa.
Pero aparte de todo esto, destacar al actor homenajeado Donald Sutherland cuyo
papel le provocaría incluso cierto encasillamiento, recuerden La invasión de los ultracuerpos (1978) o incluso películas
como Como plaga de langosta (1975) cuya media hora final se aproximaba al
género de terror. Descanse un paz un actor con 169 películas y que sin el carisma de las grandes estrellas conseguía con cada aparición llenar la pantalla.
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Ya que este 25 de junio hubiese
cumplido cien años Sidney Lumet, nada mejor que tener la excusa perfecta para
recordarlo, él formó parte de aquella denominada como "generación de la
televisión" ya que procedían de la realización de programas, entre otros,
Delbert Mann, Martin Ritt, John Frankenheimer, Robert Mulligan o Arthur Penn.
Mostraban en sus obras una preocupación por el realismo y el estilo directo,
predilección por Nueva York, seguían las reglas del Actors Studio y rodaban
mayoritariamente en espacios abiertos.
Lumet consiguió una notable
filmografía, con algún que otro bache cuando se adentraba en
territorios como la comedia cuyos críticos consideraban que no había nacido
para ello, pero si hay una película que más de un seguidor de él le gustaría
borrar esta es El mago (The Wiz, 1978). Se trataba de un musical que adaptaba
el famoso cuento de L. Frank Baum y que había quedado inmortalizado principalmente por
la película de Victor Fleming y protagonizada por la inolvidable Judy Garland:
El mago de Oz (1939).
Aquí las formas cambiaban, todos
los actores eran de raza negra, se trasladaba la Kansas rural por el Harlem
neoyorkino, el personaje de Dorothy (Diana Ross) tenía 24 años y ejercía de
profesora, ya no tenía esos zapatos rubíes, sino plateados, la carretera de
amarillos ladrillos pasaba a ser una calzada de polivinilo…Todo esto suponía un
riesgo para un público que había mitificado con justicia la película anterior y que no
aceptaría de buen grado cualquier injerencia.
La obra teatral de The Wiz se
había estrenado en el Majestic Theatre el 5 de enero de 1975, se hicieron 1672
funciones y el entonces productor independiente Rob Cohen pensó que podría
funcionar en cine ya que ese elemento multirracial más que provocar rechazo,
produciría lo contrario (¡estábamos ya a finales de los 70!) y que el estilo de canciones discotequeras y futuristas
podían despertar un gran interés, de hecho barajó e incluso encargó a John
Badham (el director de Fiebre del sábado noche) la realización del filme, sin
embargo no se entendieron, especialmente en cómo se tenía que plasmar el papel
de Dorothy y al final fue a parar a Sidney Lumet que no había dirigido ningún
musical (ni volvería a hacerlo).
La protagonista sería la cantante
Diana Ross que aunque era toda una estrella de la canción, había rodado
anteriormente el biopic de Billy Hollyday aquí estrenado como El ocaso de
una estrella (1972)y que compartía papel con un entonces desconocido Richard
Pryor que aquí volvería a reunirse con ella para dar vida al mago. Justo antes
acaba de protagonizar Mahogany, piel caoba que fue otro fracaso por lo que
suponía un riesgo y más de uno la veía como "veneno para la taquilla". A pesar de ello, convenció para hacerse con el papel ya que
entre otras cosas aseguraba que Michael Jackson con quien tenía bastante
amistad, aceptara trabajar en ella como el "Espantapájaros" y que supondría su debut
cinematográfico.
A las canciones ya escritas de
Charles Smalls se unirían otras y una supervisión de Quincy Jones el cual
declaraba que la fantasía del cuento de hadas se transformaba aquí en una “fantasía
urbana”, en el reparto destacaba aparte de los nombres mencionados a la gran
cantante y actriz de Broadway Lena Horne en el papel del hada buena.
Si bien la elección de Sidney
Lumet podía sorprender, no lo era en cuanto había la confianza que su
profesionalidad haría que no se pasase del presupuesto y no creara problemas
que pudieran atrasar el rodaje, sin embargo poco pudo hacer para que al final
la película no costase menos de los 24 millones de dólares de entonces. El
público no pensó lo mismo que Rob Cohen y no se interesaron demasiado en un
principio para ver otra versión de El mago de Oz por mucho que tuviese los
elementos antes mencionados.
La crítica se mostró muy negativa,
entre otras cosas se criticó que Diana Ross no empatizaba para nada (este
fracaso supuso que sus apariciones en películas fueran ya solo en telefilmes
televisivos), la fealdad de los decorados así como de la fotografía, una
coreografía poco creativa y frontal, una historia que incluso aburría o unas
excesivas dosis de lágrimas. Parte de todos estos defectos se achacaban a
Sidney Lumet por no saber utilizarlos. El director quedó algo tocado tras ella,
su siguiente filme Dime lo que quieres tampoco le daría alegrías, pero justo
después dirigiría la que sea una de sus películas maestras: Veredicto final.
Sin embargo, El mago fue
adquiriendo un papel de película de culto con el tiempo, a eso de debía
fundamentalmente la popularidad de Michael Jackson en los siguientes años y la generación del video se
hacía con ella, estuvo editada ya en VHS incluso con copias cuidadas (de
los pocos musicales que por aquel entonces se editaban en su formato original y
con las canciones subtituladas). Lo cierto es que las pocas veces que la revisé, sin parecerme una gran película, sí que conseguía traspasar esa fuerza
nostálgica ya fuera por revisar de nuevo el cuento, por poder ver a un Michael Jackson
antes de la fama que tanto le dio (y le quitó) o por contemplar ese Richard
Pryor que aparecía por primera vez con bigote y que para ciertas generaciones "egeberas" era otro icono de los 80. La fotografía, aunque fue tildada de fea como he
dicho, no está nada mal, quizá lo más enigmático sea ese Nueva York prácticamente
vacío, aunque quizá ahí el uso de los decorados fuera tal vez excesivo y más
aun en un director como Lumet que se caracterizaba por rodar en exteriores.
En fin, creo que seré de los
pocos que para recordar a Sidney Lumet habrá traído la que sea para muchos su
peor película, pero como ya he dicho en otras ocasiones, todo gran director
tiene sus “pecados” y en este caso, sin ánimos de moralizar, lo dejaremos en
venial.
Repasando los centenarios de este
año, teníamos en febrero el de Claude Sautet (Montrouge, 1924-París 2000), un
nombre que probablemente no tenga el reconocimiento adecuado y que para ciertas
generaciones de más allá de la década de los 90 ni siquiera lo conozcan, aunque estuviese
dirigiendo prácticamente hasta el final de su vida. Fue un director que no
quería unirse a ninguna escuela o movimiento, él mismo insistía en ello, su
manera de entender y concebir el cine lo aproximó también a cierto público no
tan intelectual como el que tenían sus colegas Truffaut, Godard o Malle, pero
también a no empatizar demasiado con una parte de la crítica cinematográfica
que calificaba sus obras anodinamente, aunque otros lo definían como el gran
cronista de las dudas y las crisis sentimentales de la burguesía posterior al
Mayo del 68.
Y es que para Sautet, aunque las
temáticas que abordó no se alejaban de las características del cine francés, la
película no tenía que dejar de ser un espectáculo. Conseguía una fórmula en la
que los personajes expresaban sus pensamientos, reflejaban en sus miradas y nos
adentrábamos en la psicología de todos ellos sin pecar de pretenciosidad ni
mensajes filosofantes tan característicos en el cine galo. Ya en 1951 dirigió su primer corto, siguió como guionista en
filmes como La fauve est laché de Maurice Labro que supuso el lanzamiento de
Lino Ventura o la perturbadora e imitada hasta la saciedad Les yeux sans visage (1960)
de George Franju. También ejerció de productor, pero su
carrera de director salta a la fama con Las cosas de la vida (1970), la historia de un
abogado que sufre un grave accidente de coche y que le lleva a meditar
entre las dos mujeres de su vida...
Y como si de una trilogía se
tratara, rodó después Max y los chatarreros (1971) y Ella, yo y el otro (1972), película de
la que trato hoy y cuyo título original es Cesar et Rosalie, en cierta
publicidad se decía que era un film donde dos y dos hacían tres, estábamos ante
un "ménage à trois" entre Rosalie (Romy Schneider), divorciada con una hija pequeña, que divide su tiempo entre su familia y César (Yves Montand), el hombre del que cree estar enamorada. Pero tras cinco años desaparecido aparece su antiguo amor David (Sami Frey) y esto le comportará una crisis de sentimientos.
Como ven el argumento no se alejaba para nada de lo que habíamos visto ya, el mismo Sautet declaraba que la película bien se podía acabar a los cinco minutos, pero que lo que interesaba era el comportamiento los personajes más que la trama. Fue un gran acierto la elección de Yves Montand, un actor al que había conocido recientemente y que le asombraba la fuerza cómica ingeniosa que llevaba dentro y cómo se podía ir amoldando su personaje al drama: “Montand es un tipo muy fino que tiene un complejo: cree que no está lo suficientemente cultivado. (…) En Francia no tenemos este tipo de personajes a la vez fuertes y cobardes, un Lee Marvin o un Karl Malden” declaraba.
Y es que su personaje tenia todo lo que quería plasmar: posesivo, primario, caradura, pero con sentimientos y que le daba a Rosalie una salud y alegría de vivir en las antípodas del otro hombre de su vida, David, el cual es contemplativo, no quiere apropiarse de ella, es bohemio y apenas gana dinero con sus pinturas y cómics al contrario que César que no para de ganar dinero vendiendo chatarra de coches, de trenes y de barcos. A pesar de las características opuestas de las dos, no hay juicio moral, habrá momentos que César cometa acciones lamentables, pero su capacidad de rectificación equilibrará su personalidad, por otra parte el vacío en los sentimientos de David también encontrará su equilibrio a la hora de no ser vengativo y buscar ante todo una solución amistosa.
Y entre ellos, Romy Schneider en una de sus mejores actuaciones, quizá la mejor con Sautet que la situó donde ella merecía y que demostraba ser una excelente actriz, sus miradas lo dicen todo, sabía enfocar la cámara de tal manera que reflejara todo su interior sensible: "Cuando ruedo con Romy siento una especie de fuerza, de calor, de gusto por la vida. A veces la encuentro dura, pero no es fría”
A pesar de que como he dicho antes, el realizador no se definía en ningún estilo, hay en César et Rosalie una marcada técnica, planos muy estudiados, escenas que remiten incluso a pinturas, hay un momento incluso que plasma a ella desnuda estirada, pero tapada con el contraluz y él pintando y reflejándose en el espejo, plasmación que ya sabemos que Velázquez tan sabiamente supo plasmar en Las meninas y que tanto influyó en el arte pictórico y evidentemente en el cine. Pero Sautet con su falsa modestia restaba importancia: "Las razones por las que decido rodar un plano de tal dimensión, utilizando tal objetivo, bajo tal foco, con ese ritmo y con una expresión me escapan inmediatamente después, que me lo expliquen los exégetas”
No hay duda de que el cine de Sautet estaba adquiriendo su importancia y de ahí que cada vez cuidara más los planos, aunque no fuese quizá su intención primera. Cesar et Rosalie es ante todo un canto a la amistad y a que la gente se puede entender a pesar de diferencias y rivalidades, un canto al verdadero amor, a saber ser sincero ante todo y a saber perdonar y no guardar rencores. Estamos ante una película realista y emotiva y a una demostración de que los argumentos, a pesar de estar muy vistos, pueden tener su interés siempre que los personajes estén bien construidos como pasa aquí y en gran parte de la filmografía del director.
Hace unos meses hablaba de El
signo del zorro (1940) y desde entonces tenía en mente escribir sobre El tulipán
negro, film de Christian-Jaque de 1964 protagonizado por Alain Delon e
inspirado (luego veremos) en una novela homónima de Alexandre Dumas. El
personaje, aunque aquí no reciba el nombre del animal felino, es una clara
traslación de este, el propio actor lo retomaría en 1975
dirigido por Duccio Tessari y ya siendo el famoso noble Don Diego decidido a
combatir la injusticia como El zorro.
Delon era ya toda una estrella
cuando la rueda, había trabajado con Visconti en Rocco y sus hermanos y en El
gatopardo, con Antonioni en El eclipse, había conseguido grandes éxitos comerciales como A
pleno sol y era todo un actor cotizadísimo. Aquí para más inri lo teníamos doble pues
adoptaba el papel de Julien de Saint Preux y su hermano gemelo, el conde Guillaume,
el cual ha de recurrir al primero para que se haga pasar por él ya que ha
sido herido en la cara por el jefe de la policía, el cual está convencido de que es ni mas ni menos que “El tulipán negro” que enmascarado se dedica a robar a
los nobles en los años previos a la Revolución Francesa. Delon demostraba su valía al saber dotar las distintas personalidades de ambos hermanos, el primero como valiente, generoso y apasionado por la libertad y querer hacer justicia sin malicia y el segundo como hipócrita y perverso, los dos son creíbles y aunque nadie lo diga es de sus mejores interpretaciones.
Decíamos al comenzar lo de
Alejandro Dumas, pero conviene estar alerta, fijémonos en los créditos que pone
“inspirada” y no “basada” como se suele escribir y es que la novela apenas
guarda relación aparente con la película, ahí se nos hablaba de Cornelius van
Baerle, joven botánico holandés del siglo XVI que recibe una carta de su
padrino, recientemente ajusticiado, en la que le envía unos documentos comprometedores.
Cornelius es detenido y solo gracias a Guillermo de Orange le conmutan la pena de muerte
por la cadena perpetua. Lo único que podrá liberarlo será el cultivo de un raro
y codiciado tulipán negro. El libro de Dumas había sido llevado al cine en
varias ocasiones (hay una versión muda en Youtube) en el presente caso estamos ante una táctica
de tomar varios ingredientes de otras historias del mismo escritor como Los
hermanos corsos y por razones comerciales tender la trampa de hacerla pasar por
la novela citada, ya que muchos ni siquiera la conocerían, aunque sí el nombre
del escritor, por lo que estamos ante un “no, pero sí” o un “sí, pero no”
El tulipán negro fue una coproducción hispano-franco-italiana, ahí estaba el nombre de Christian Jacque que llevaba dirigiendo desde 1932 con películas de diferentes géneros, aunque el que más fama le dio fue el de aventuras, suyo es el mítico Fanfan, el invencible de 1952 que catapultó a Gerard Philippe como un héroe de capa y espada, también tenía comedias geniales como La ley es la ley (1958) con Fernandel y Totó o de intriga como Coartada para un crimen (1963), la suma de todos estos elementos está en el film que hoy comento. El mismo director figura como guionista junto a otros nombres como Henri Jeanson que había escrito el Pepe, le Moko (1937) de Julien Duvivier o adaptado los diálogos del Hotel du Nord (1938) de Marcel Carné. De la versión española se encargó José Luis Dibildos (la produjo con Agata Films) junto a Rafael García Serrano.
Casi no hace falta decir que si
la película no gozó de grandes críticas es porque en aquellos tiempos la "Nouvelle Vague" apostaba por otro tipo de películas y calificaba estas como desfasadas, el mismo Christian Jacque quedó olvidado dentro del club selecto
de lo que tenía que ser el cine de autor (como si este no lo fuera también) y
acabó dirigiendo Las petroleras (1971) en Almería. Creo que con el tiempo se tenía que
haber reivindicado todo este cine de aventuras europeo que, aunque en más de una
ocasión pecaba de rutinario, conserva una frescura, ingenio y ritmo que si no a
la altura de los grandes clásicos de Hollywood, sí que ocupaban uno o dos
escalones solo por debajo.
El tulipán negro tiene un pulso
narrativo excelente, ya el comienzo con esa voz en off que nos habla de los personajes
olvidados por la historia y que gracias al cine los vamos a recuperar, casi nos
recuerda a esas presentaciones de las adaptaciones de Julio Verne, se nos
muestra ese jefe de policía “Barón La mouche”, uno de esos malos que caían
bien por lo patosos que eran y que estaba interpretado por Adolfo Marsillach en
una gran creación suya (y tampoco recordada)... El juego entre este y el protagonista es como el del
perro y el gato o el coyote y el correcaminos, tiene mucho de "slapstick" y es
imposible aburrirse. A todo ello hay que añadir un reparto en el que teníamos a
Akim Tamiroff como el marqués de Vignane, Jorge Rigaud como el intendente
general y en la parte femenina tres magnificas actrices como eran Virna
Lisi en el papel bueno de Caroline, Dawn Addams en el papel malévolo de la
marquesa de Catherine de Vignone y nuestra Laura Valenzuela en el simpático
papel de Lisette. Entre los secundarios encontrábamos actores españoles como
José Jaspe, José Luis Pellicena, Enrique Ávila, Álvaro de Luna, Santiago
Ontañón…
Precisamente este último fue el
encargado también de la dirección artística junto a Francisco Rodríguez
Asensio, hay una ambientación cuidada, todo ello unido a unos exteriores rodados
en Cáceres y en Trujillo. Como curiosidad en la segunda unidad encontrábamos a
directores como Roberto Bodegas o Fernando Merino.
Fijémonos en ciertas
contradicciones de la crítica y de cierto público de entonces que mientras
alababa con justicia Los 400 golpes ignoraba que en El tulipán negro la
fotografía era también de Henri Decae (aquel que Aute ya hiciera más famoso con
su canción ("previsto por los grises de Henri Decae…") Creo que más de uno cuando
la ve se lleva una sorpresa, incluso hace unos años recuerdo que cuando se inauguró el canal de Paramount TV la emitieron a menudo. Sin embargo, para
verla en la actualidad, siento decir que no existe para las plataformas y el DVD
que tengo es del 2002, ignoro si se puede encontrar hoy en día.
Aunque el tono del film es más
bien jovial y desenfadado, con magníficas escenas de capa y espada como dirían,
hay situaciones bastante dramáticas que mejor no desvelar, se deja vislumbrar una
intención satírica de la nobleza que en cada revisión se ve más clara. Y es que El tulipán negro es de esas películas que tanto las podía
ver un niño como el más adulto pues iba a saber encontrar detalles ocultos y a no ser
un simple argumento ingenuo. Toques de Dumas, si alguien es experto en él los
sabrá ver con más agrado aun, fijémonos que cuando el personaje de Virna Lisi
le enseña una estocada con la espada le dice que eso lo había enseñado Porthos, el famoso mosquetero...También encontramos
elementos amorosos algo más liberales que lo que se permitía con la excusa de
ser otra época y que la censura pasaba por alto.
Y como colofón, una música
pegadiza de Gerard Calvi, Recomiendo que la vean (si la encuentran, claro...O si la emiten...) y contribuyan a recuperar un tipo de cine que nos entretuvo y del que guardamos un magnífico recuerdo.
Hoy toca una de esas
superproducciones olvidadas de las cuales apenas hay información y que la mayoría
de cinéfilos ni habla, se trata de Cervantes del año 1967 dirigida por Vincent
Sherman y con capital francés, italiano y español, además del norteamericano (ahí estrenada como The Young Rebel).
La película trataba sobre la vida del insigne escritor, pero en su etapa de
juventud y con especial atención a su participación en la batalla de Lepanto y
su cautiverio en Argel.
Para abordar tales años se tomó
la novela de Bruno Frank Un hombre llamado Cervantes escrita en 1934, tal escritor
alemán tenía un origen judío y tuvo que exiliarse de la Alemania nazi, tras
varios periplos acabó de guionista en Hollywood donde nos dio interesantes
trabajos como el guion (sin acreditar) de María Antonieta (1938), Esmeralda, la
zíngara (1939), Paso al noroeste (1940) o La zarina (1945). El libro se volvió
a editar hace unos años con motivo del cuarto centenario de la muerte del autor
del Quijote por la editorial Almuzara y actualmente lo pueden seguir
encontrando a un buen precio. La primera vez que llegó fue en 1941 editada por
Espasa Calpe, traducida por Paul Keins y con prólogo de Nicolás González Ruiz.
A pesar del atractivo, nunca fue un libro usado por los estudiosos e incluso hasta
desconocido e ignorado. De todas maneras, hubo otras ediciones como la de la
editorial Edhasa en Barcelona en 1997 llamada Cervantes: La novela de un genio.
En la publicidad de esta se nos
dice que está considerada la mejor novela sobre nuestro más célebre escritor,
pero curiosamente no se nos dice nada que fue la base de la película que hoy
comento. El proyecto de llevarla a la gran pantalla nació ya en 1964 e incluso
parece que el propio King Vidor estaba interesado y llegó a escribir bastante
sobre esta y a documentarse tras el rodaje de Salomón y la reina de Saba en
España, pero sin saber los motivos se desvinculó. Se habló en la prensa de que
Alain Delon la iba a protagonizar y estaría acompañado de Ava Gardner y de Yul
Brinner, pero nada de nada.
Cuando se encuentra la financiación
que tal tipo de película requería, se contrata a Enrique Llovet para que adaptara
la citada novela, él que era dramaturgo, teórico del teatro, escritor,
guionista, periodista, crítico y diplomático tenía bastante experiencia en este
tipo de producciones ya que había sido mano derecha de Samuel Bronston en
varias de sus creaciones. En la parte francesa se contó con el escritor y artista Max Morise. Cabe apuntar que en la parte española se fundó incluso una productora llamada Prisma, la cual desapareció después de acabarse el rodaje.
Vincent Sherman
Pero la principal fuente fue la inyección de dinero norteamericano proveniente de los Salkind (padre e hijo), estos seguramente influyeron con cambios en el guion y apostar más por la espectacularidad de escenas y un producto que fuese ante todo comercial para el gran público. Apostaron por un director estadounidense como Vincent Sherman con trabajos
en los 40 y 50 muy notables y considerado como un experto en dirigir actrices
en la Warner, no en vano trabajó con Bette Davis, Joan Crawford o Rita Hayworth,
películas excelentes como Vieja amistad (1943), El señor Skeffington (1949), La
envidiosa (1950), también hizo divertimentos como El burlador de Castilla
(1948) tratada en este blog. Sin embargo, fue acusado de comunista y eso le
valió que fuera despedido, se le cortaron las alas y su cine ya fue más
esporádico y sin el nivel anterior. Michel Salkind que era todo un experto en
recuperar y ayudar a directores marginados (acababa de financiar el Austerlitz(1960) de Abel Gance y El proceso (1962) de
Orson Welles). decidió que se pusiera tras la cámara y pudiera relanzar su carrera.
En la versión francesa, la cual se tituló Les aventures extraordinaires de Cervantes aparece
incluso firmando con la fórmula de “un film de”, reivindicando su carácter de
autor, aunque la realización la compaginó con Isidoro M. Ferry, famoso nadador
antes que cineasta y que se retiraría al año siguiente con Cruzada en la mar,
su título más ambicioso. Otros operadores españoles como Julio Sempere o
Ricardo Huertas completaban el trabajo. El resto del equipo técnico estaba bien
cuidado, el vestuario de Luis Argüello (que había trabajado en aquella olvidada
e interesante Dulcinea (1953) de Vicente Escrivá), la fotografía panorámica de Edmond Richard
(colaborador con Buñuel o Welles) y sobre todo un diseño de producción a cargo
del gran Enrique Alarcón. Hay detalles que pueden pasar desapercibidos y más hoy en
día como cuando se rueda la batalla de Lepanto comandada por Don Juan de Austria
y vemos un Cristo inclinado, tal figura hace referencia a la que se venera en
la Catedral de Barcelona y que la leyenda dice que se movió para esquivar una
bomba y otra apunta que cubrió un agujeroen la bodega y evitar que el barco se
hundiera.
Sin embargo, se descuidó el reparto que acabó siendo un erróneo proceso de selección tras la negativa de
Delon, se eligió a Horst Bucholz, un actor alemán muy fotogénico con un rostro
muy jovial y simpático que había alcanzado gran fama tras participar en Los siete magníficos (1960)
o el Uno, dos tres (1961) de Billy Wilder, pero no acababa de afianzar su carrera y le
daban papeles en películas más bien mediocres. Su composición de Cervantes dándole
ese toque osado costaba bastante creerlo ya que teníamos una imagen muy
diferente (no era todo culpa del actor) del escritor. Luego teníamos a Gina Lollobrigida en
el papel de Giulia, una cortesana que la actriz en las primeras secuencias no
parece estar muy cómoda dándole vida, hay una frialdad y una falta de química
entre ellos dos apabullante en el primer encuentro, luego mejora a raíz de que
el personaje adquiere más dramatismo. A favor de Bucholz está que el guion no
ofrecía apenas una imagen introspectiva del personaje, le faltaba esa profundidad psicológica, pero cumplió con lo que le dijeron que hiciera, donde mejor está es en las escenas más juguetonas como la inicial en la que se ha de presentar entrando por
una ventana porque no lo conocen o cuando contesta a Felipe
II sin pedirle permiso. (ya verán que algunos vídeos están en alemán, es lo que se encuentra en Youtube)
Peor resultaba Louis Jourdan en
su rol del Cardenal Acquaviva, su inexpresividad era tal que hasta podía ser
vista como una forma de expresarse, se notaba una total desgana a la hora de
confeccionar el personaje. El que mejor estaba era José Ferrer dando vida a
Hassan Bay, de hecho los momentos más interesantes de la película son cuando este aparece,
sus frases resultan más ingeniosas y ayudan bastante a despertar la narración, también
destaca Francisco Rabal como el Rodrigo Cervantes, empatiza bastante. En
papeles secundarios destaca Fernando Rey en la composición de Felipe II, tratado
aquí negativamente, se dice que Bruno Frank en la novela había querido hacer
con él una traslación de Hitler para poder desahogarse de haber tenido que marchar de
Alemania y que los nazis le quemaran varios libros. Hay otros actores
españoles en papeles secundarios, tales como Ángel del Pozo como Don Juan de
Austria, Ricardo Palacios como Sancho (personaje interesante en el film, con
rasgos también del Sancho Panza), José Nieto como Ministro de Felipe II, Jorge Rigaud
como el Conde Di Luca o Andrés Mejuto como padre de Cervantes (todos doblados
en la versión española a excepción de Rey).
Pero la que más destaca sin que, paradójicamente, pueda hacerlo es Soledad
Miranda como Nessa, en
Argel juega un papel como cuidadora del escritor y este se enamora... Sin embargo, la película apenas nos muestra nada de ello, leí que sí se habían rodado bastantes
escenas con ella, en una web dedicada a la actriz se dice que fue por envidia de Gina Lollobrigida que se eliminasen, En cualquier caso, el vacío
de estas provoca una carencia demasiado palpable en un personaje que incluso
Cervantes la apoda como la Dulce Nessa, de ahí la Dulcinea y que Frank en la
novela la viera como la inspiración de su inmortal personaje.
Y es que hablando de la desaparición
de tales secuencias, el montaje del film resulta bastante irregular, se notan demasiado los cambios
de escena con cortes incluso abruptos, mejor rodadas están las escenas de la batalla
de Lepanto, su cautiverio en Argel y las recreaciones y ambientación que
Enrique Alarcón (como he mencionado antes el ejemplo del Cristo de Lepanto)
ofrece. Sí, en cambio, hay una buena selección de localizaciones en ciudades
como Alcalá de Henares, Denia (Alicante) o Granada con La Alhambra…
Es obvio que Vincent Sherman no había
recuperado la forma de los años 40 y 50 y tras el fracaso crítico de esta dejó el cine,
aunque luego fue requerido para rodar bastantes series en los EEUU. Uno cuando
ve Cervantes se pregunta cómo lo hubiese hecho Bronston y si King Vidor la
hubiera rodado. De todas maneras, que una película sea mediocre como es el
caso no significa que no tenga su interés y también el hecho de ver un
Cervantes distinto del que muchos tienen en mente es motivo ya sobrado de atracción. Ya sabrán que catorce años
más tarde TVE rodó su vida y en aquella ocasión la dirigió Alfonso Ungría y con
Julián Mateos en el papel del escritor, aquella fue una serie muy
controvertida, pero eso ya es otra historia y quizá algún día hable de ella. Si
quieren ver la película de Sherman solo la hallarán en un DVD con una copia algo deficiente
(dudo de que haya más). En el momento de su estreno y según datos del MCU fue vista por 654.226 espectadores, cifra aceptable para films modestos, pero totalmente insuficiente para este tipo de producciones.
Ya que estos días en el Festival
de Cannes hemos vuelto a ver a Francis Ford Coppola y a George Lucas he
pensado en hablar de una película que reunió a ambos, se trata de Tucker, un hombre y su sueño del año 1988. La carrera del
director no iba bien, monumentales fracasos como Corazonada (1981) o proyectos que en su
momento tampoco tuvieron la respuesta comercial esperada como Rebeldes (1983) o
títulos más de autor con grandes divisiones en la crítica como Cotton Club (1984) o
Jardines de piedra (1987). La sombra de El padrino resultó larga y su cine dejó de
interesar al gran público.
A finales de los 80 pensó en
rescatar un viejo proyecto, se trataba de
la vida de Preston Tucker, quien diseñó en los 40 un nuevo coche de combustión
interna dotado de un sistema de seguridad entonces revolucionario que incorporaba elementos luego imprescindibles como los frenos de disco o el
cinturón. El temor de los otros fabricantes hizo que le acusaran de fraude y lo
llevasen a juicio y aunque lo ganó, se arruinó y finalmente murió en 1958.
“Tucker es una película que quería realizar (…). La llevo en el corazón por
razones personales de familia. La vida y los ilusionados proyectos de Preston
Tucker me tienen fascinado” comentaba.
El padre del director, Carmine Coppola, invirtió en acciones de Tucker y había llevado a su
hijo a ver el tan llamativo coche, este conserva dos coches de los 51 que se
fabricaron. Se dice que George Lucas tiene otros dos, el director de Star Wars
le produjo la película ya que Coppola apenas la podía financiar, en su
momento él le había producido el American Graffiti (1973)cuando nadie creía en esta y
fue una forma de agradecimiento de dos amigos que se habían distanciado. Aunque
el nombre de Lucas suele ser mal visto por más de uno, hay que agradecer que
pusiera dinero en una película que bien sabía que no iba a ser rentable. En
EEUU apenas se vio, en España solo acudieron 210.413 espectadores, cifra pésima
para una producción que había costado 24 millones de dólares.
El rodaje de esta fue en secreto
según apunta la prensa de la época, Jeff Bridges fue el escogido para dar vida
a Tucker, anteriormente había hablado con Burt Reynolds ya que, según él,se parecía físicamente (la verdad es que viendo las fotos originales, cuesta ver esa similitud). Destaca en el reparto un Martin Landau el cual
conseguiría una nominación al Oscar, el año siguiente volvería a estarlo por su
rol en Delitos y faltas (1989) de Woody Allen, un magnífico actor que tuvo que esperar
hasta 1993 en obtener la estatuilla por Ed Wood con su inolvidable encarnación
de Bela Lugosi. Encontramos también a un habitual del director como Frederic
Forrest o un jovencito Christian Slater. Dean Stockwell también llena la
pantalla metiéndose en la piel de Howard Hughes en una escena bastante sombría que se aleja del tono restante.
La fotografía corrió a cargo de
Vittorio Storaro que se había revalorizado aun más al ganar el Oscar por El
último emperador (1987), la cuidada decoración artística a cargo de Dean Tavoularis y
Armin Ganz y el vestuario a cargo de Milena Canonero también estuvieron
nominadas a la estatuilla preciada. Es una película muy cuidada en todos sus
aspectos, la música corría a cargo de Joe Jackson y resultaba pegadiza.
Desde finales de los 60 hasta
1988 el director había pensado varias maneras de llevar a la pantalla tal
historia, primero pensó en una comedia sin grandes pretensiones, luego ideó tratarla
en plan Ciudadano Kane, después darle forma de musical, hasta mantuvo contactos
con Leonard Bernstein, pero el fracaso de Corazonada hizo que no se atreviese,
finalmente pensó en rodarla en plan muy clásico, con muchas influencias del
cine de Frank Capra. Así Jeff Bridges es como un Gary Cooper en Juan Nadie
luchando contra todos, un personaje muy quijotesco. “El talento creativo en mi
país estalló con la II Guerra Mundial (…) Yo he querido librarme de la
esclavitud de las grandes empresas de producción fundando mi propia productora”
declaraba Coppola. No obstante, ya he mencionado que tuvo que recurrir a George Lucas, una película como esta en la que criticaba a su país, el capitalismo y dejaba en evidencia a las grandes marcas de coches de entonces apenas iba a ser promocionada
Enfático como es todo el film,
presenta además muchas escenas familiares, la esposa está muy presente en los
momentos más difíciles de él, la actriz Joan Allen aborda su papel con gran
psicología de miradas y gestos, una buena contraposición al tipo de actuación
de Jeff Bridges nerviosa en el buen sentido de la palabra y con mucho brío, en la
versión original su tono de voz es siempre fuerte y animosa, con una sonrisa presente en casi todo el metraje,
el guion recoge un hábil diálogo en el que ella le dice que tiene la sonrisa de
Clark Gable. Como curiosidad, aparece el padre del actor, Lloyd Bridges, en el papel de un oscuro senador.
Quizá puestos a encontrar
defectos, la pasión de Coppola hacia el personaje y sus coches le hace cruzar
la línea roja de lo que es una biografía de una hagiografía. En lo que es la estética, ritmo y montaje esto no tiene efecto, pero podría pasar que el público
más distante hacia el tema y la época no se viera reflejado por el mensaje final de que lo importante es
tener éxito como persona, tener siempre fe en uno mismo, saber defender las ideas y la creatividad individual,
aunque eso acabe pagándose con el fracaso.
En todo caso, Tucker es una
película notable y optimista, quizá de lo mejor en esta etapa irregular de no saber
encontrarse a sí mismo y contradecirse. Al cabo de un año tendría que rodar El padrino III para
recuperar la confianza en el gran público que pasaba de largo con sus obras personales.
El pasado 9 de mayo fallecía
Roger Corman a los 98 años, uno de los grandes maestros de la serie B. Tras rechazar ser ingeniero, se
incorporó a la Fox como botones, luego fue lector de guiones y hasta agente
literario entre otros oficios, su arte en rodar con escaso presupuesto y en
pocos días le lleva a participar en la American International Pictures que
habían fundado James H. Nicholson y Samuel Z. Arkoff (compañía a la que hicimos
referencia hace unas semanas cuando hablé de Asesinatos en la calle Morgue), Él sería el principal productor cinematográfico de esta, consigue éxitos
como La pequeña tienda de los horrores (1959) rodada solo en dos días y aborda
todo tipo de géneros como el western, el cine prehistórico, la ciencia ficción,
el cine negro y, muy especialmente, el terror. Según el IMDB son 59 las películas
que dirigió y un total de 493 las que produjo. La editorial Laertes publicó en 1992 un escrito autobiográfico llamado Cómo hice 100 films en Hollywood y nunca perdí un céntimo.
Los más nostálgicos recordarán un
ciclo en TVE con varias de sus películas hace ya varias décadas, estas pudieron
rescatarse después a través del DVD y en alguna plataforma como Filmin hay una buena selección.
Para homenajearlo he pensado en El cuervo que, si me permiten la broma, seguía
la tendencia de titular películas que no tienen nada que ver con el mismo
nombre: Cuando decimos El cuervo nos podemos estar refiriendo a una película de
H.G. Clouzot de 1943 (Le corbeau) o a una magnífica muestra de cine negro con
Alan Ladd y Veronika Lake que el distribuidor español decidió traducir como El
cuervo al título original This gun for hire (1944). En Historias para no
dormir, Narciso Ibáñez Serrador escogió el título de El cuervo para una
biografía de Edgar Allan Poe, creador del poema homónimo publicado en 1845.
Pero, para otros, El cuervo será la película donde Brandon Lee perdió la vida en
el rodaje (The Crown, 1994), podría seguir con otras, pero mejor no cansar y
ceñirme en las que supuestamente son adaptaciones de Poe, para ello nos vamos a
1935 cuando la Universal reúne a Karloff y a Lugosi en El cuervo (The Raven)
inspirada en la obra de Poe de forma muy libre (casi que libertina).
Evidentemente, poco tenía que ver con el poema mencionado...En 1963 cuando Roger Corman está
teniendo éxito con las adaptaciones de Poe, decide rodar El cuervo, pero
tampoco es fiel al original, la película solo se abre con la lectura de la
mitad del poema sobre unos planos fijos y la subsiguiente llamada de su cuervo
en una de las ventanas de la casa del profesor Craven, más la frase del final, y es que tal composición
no daba para una película larga, solamente encontrar algún que otro paralelismo y la
atmósfera de este. El argumento es el siguiente:
Es el siglo XV, un hechicero, el
doctor Erasmus Craven (Vincent Price), permanece inactivo desde la muerte de su
esposa Leonore (Hazel Court), a la que todavía llora. Una noche se presenta
ante él un cuervo que tiene la facultad de hablar y que asegura que es un mago,
el doctor Bedlo (Peter Lorre), que ha sido transformado por un sortilegio del
gran maestro Scarabus (Boris Karloff). Cuando Bedlo recobra la forma humana, le
cuenta a Craven que en el castillo de Scarabus ha visto a una mujer idéntica a
Leonore.
Conviene aclarar que Corman lo
que hace aquí es principalmente una broma, ya se las podía permitir, él declaró que quería hacer un Poe que
hiciera reír porque se sentía cansado de la serie de películas que estaba haciendo
sobre él, subrayaba que “hay acentos de comedia en Poe de los que la gente no
se da cuenta, porque no es tan bueno cuando escribe comedias”. Así pues de la
mano de su guionista Richard Matheson se puso manos a la obra y consigue tal
efecto.
En primer lugar reúne nada menos
que a tres grandes como Vincent Price, Boris Karloff y Peter
Lorre cuyas actuaciones son autoparódicas, en todo momento está presente esa
desmitificación de Poe e incluso del propio cine de Corman. Sin embargo, no faltan
sustos como esa mano que toca el hombro de Price cuando va a ver la cama de su
esposa o ya en plan más cómico cuando abre la tumba de su padre. Es inevitable reír
cuando aparece ese cuervo con su peculiar voz pidiendo a Price los ingredientes
tales como sangre de murciélago, jalea de arañas, cabellos de cadáver…
No obstante, y eso fue un gran
acierto, la película tiene la misma atmósfera que un cuento de terror serio, a
pesar del limitadísimo presupuesto está presente esa excelente factura técnica
habitual en sus obras y una rápida ejecución que hace que se visione en un momento.
Ya daba igual que el vestuario fuera de guardarropía, que viésemos el castillo descaradamente
como un dibujo o que el escenario fuera el mismo que en otras de Corman. Lo que
interesa en El cuervo es homenajear tal género y nada mejor que hacerlo riendo.
Tal vulgarización hecha con cariño del poema de Poe se da presente de forma
irónica también en el personaje de Leonore que nos la imaginamos en un principio de otra forma,
pero que Corman y Matheson la describen como una esposa descolocada, infiel y
oportunista.
Otro dato interesante es la
aparición de un joven Jack Nicholson cuando aun no lo conocía nadie, pero que en
la escena del carro ya nos ponía esa cara de loco tan característica después,
casi es un fenómeno paranormal pues se estaba autoparodiando de lo que aun no
había hecho. De todas maneras, para contentar al público que deseaba ver una cinta
de terror verdadera tiene al final un enfrentamiento entre los tres magos con
unos efectos especiales conseguidos y más sabiendo el escaso presupuesto del
que partía.
Viendo El cuervo me ha recordado otra
película parecida con el mismo guionista y terceto protagonista, aunque ahí el
director era Jacques Tourneur, otro grande de la serie B, se trataba de La comedia de los horrores (o los
terrores según la traducción) del año 1963 y también estaba muy presente el
humor y la desmitificación. Corman tuvo mejores títulos como La caída de la casa Usher (1960), El péndulo de la muerte (1961) o La máscara de la muerte roja (1964).