El calendario nos marca que este 22 de noviembre es Santa
Cecilia, la patrona de los músicos y como suele ser habitual aprovecho la ocasión
para traer una película relacionada, en años anteriores hablé de Ensayo de
orquesta o de aquella biografía no convencional de Chopin que dirigiera Jaime
Camino, Un invierno en Mallorca.
Esta vez le toca el turno a Una tumba al amanecer (1967),
traducción un tanto desafortunada de Counterpoint (Contrapunto) dirigida por
Ralph Nelson (director que cité al hablar de El último homicidio e
interpretada por Charlton Heston, Maximilian Schell, Kathryn Hays y Leslie
Nielsen (sí, el teniente Frank Drebin de Agárralo como puedas)
El argumento es lo suficientemente atractivo, durante la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945), una famosa orquesta sinfónica
norteamericana, que está en Europa para entretener a las tropas aliadas, es
capturada en el frente belga por los alemanes. Los músicos son trasladados como
prisioneros a un castillo medieval, cuyo jefe es el General Schiller
(Maximilian Schell), autoritario militar y gran melómano. Schiller le propone
al director de la orquesta, el prestigioso concertista Lionel Evans (Charlton
Heston), la posibilidad de salvar sus vidas a cambio de que interpreten para él
un concierto exclusivo durante una reunión de altos oficiales alemanes. Sin
embargo, los principios éticos de Evans le impiden doblegarse a la voluntad de
un nazi. Su obstinación pondrá en peligro a todos los miembros de la orquesta.
El problema principal de la película es que muchos que se
acercan a ella pueden quedar decepcionados, por una parte, se aleja del modelo tipo
La gran evasión y hay cierta pretensión de querer mezclar aspectos del cine
entonces de ensayo con la fórmula más comercial. Ya el título original nos daba
una pista, pues ese “contrapunto” no deja de evidenciar lo que vamos viendo según
avanza el metraje. Por otra parte, tenemos dos personalidades muy distintas, la
del director de la orquesta y el general nazi, pero a la vez unidas por la megalomanía,
el primer enfrentamiento entre ellos es el mejor, cuando van resaltando las
características de sus nacionalidades.
Por otro lado, la película carece de exteriores incluso el tono mayoritario empleado es sombrío, hay una estética
también de contraponer esa nieve con la oscuridad de ese castillo. Tampoco hay la
utilización de cierto humor para descargar el dramatismo de la historia, hay
momentos duros y densos. Las músicas están muy bien empleadas y consiguen mantenernos en suspense.
La película se inspira en una novela de Allan Sillitoe (que
escribió tal y como recuerdan en varias ediciones la de Sábado noche, domingo
mañana o La soledad del corredor de fondo), es una adaptación muy libre ya que
esta se ambientaba en la Guerra Fría con un conflicto que involucraba a las
tropas de una nación no especificada de Europa del Este. En el guion se contó
con nombres más famosos en la televisión como James Lee (Raíces) o Joel
Oliomsky (Kojak). Parece ser que este se reescribió varias veces sin tener en
cuenta al director y ello puede ser la causa de cierta irregularidad en el
ritmo narrativo.
Y es que no resulta fácil a partir de ese enfrentamiento
inicial, conseguido como he dicho antes, ir repitiéndolo, pero cambiando de
tono, algo así como estar escuchando una gran sinfonía con sus distintos
acordes. Interesante, pues, trasladar lo que sería el lenguaje musical al
cinematográfico.
Heston está inmenso, hasta se pasaba 5 horas diarias
ensayando la quinta sinfonía de Beethoven, también escuchamos a Tchaikovsky, Brahms,
Schubert o Wagner. Como “contrapunto” Maximilian Schell es un general germánico y fanático que quiere que los presos den un concierto solo para él y
como otro “contrapunto” (de ahí el título original) hay el coronel de las SS
que quiere ejecutar a los músicos sin remordimiento alguno.
Una tumba al amanecer acaba resultando una rareza, tan irregular
como interesante de ver y que incluso se desconoce bastante en la filmografía
de Charlton Heston. La verdad es que si quieren disfrutar de música clásica pues
lo van a pasar bien y de paso aprovechar para reflexionar cómo el arte puede
vencer los instintos más negativos de cada uno.
El próximo 16 de noviembre es el día internacional del
Patrimonio Mundial y este nos sirve de excusa para visitar entre otros la
Alhambra, pero podemos recurrir también, valgan las distancias, al cine. El
escenario ha servido para todo tipo de géneros, desde Violetas imperiales (1952) a
Simbad y la princesa (1958), y también comedias como Delirios de grandeza que comento hoy.
Primero de todo, hemos de fijarnos en su director Gérard
Oury (1919-2006), el cual comenzó como actor de teatro, pero en 1965 consiguió
un gran éxito dirigiendo Le corniaud (El hombre del cadillac) que popularizó a
la pareja De Funes-Bourvil, el segundo aparecía como un ingenuo buen hombre
capaz de creerse todo mientras el primero aquí hacía de malo (pero simpático,
gruñón y en el fondo otro buen hombre). Consiguió el favor del
público, pero aun sacaría más provecho en 1966 con La grande vadrouille (La gran juerga) un
titulo ya mítico del cine francés que se mantuvo durante tres décadas como la
película francesa más vista.
En 1969 rodó El cerebro, una comedia en su día popular y hoy
marginada en las programaciones, repetía Bourvil, pero no Luis de Funes, los
protagonistas eran Jean Paul Belmondo y David Niven. Cuando se pudo volver a
idear un guion con la pareja de Funes-Bourvil, murió prematuramente este y en
una cena del director con Simone Signoret le sugirió que contratara a Yves
Montand, aunque el actor ya tenía algo de experiencia en papeles cómicos en el
cine estadounidense, se amoldaron diversas partes de la historia.
Delirios de grandeza es una parodia del drama romántico de
Victor Hugo Ruy Blas, la acción se desarrollaba en España a
finales del siglo XVII. Ruy Blas, un plebeyo joven y pobre se vuelve
sirviente de un hombre poderoso que sufrió un ultraje a causa de la reina y juró vengarse. Utiliza al sirviente aprovechando su necesidad, pero sobre
todo, el amor que éste siente por la bella soberana.
El guion también firmado por Oury y por sus colaboradores
habituales en sus comedias como Danièle Thompson y Marcel Julian apostaban por
presentarla de forma cómica e incidiendo mucho en la estética del vodevil. Por
otra parte, Louis de Funes estaba en su salsa y le veíamos en plena acción con
sus muecas habituales y su voz de cascarrabias. Montand, en cambio, salía muy
bien parado de este retorno a la comedia, su personaje estaba muy bien
equilibrado y creíble, aunque el mayor problema era sustituir a Bourvil, algo
imposible, por lo que a pesar de los esfuerzos queda cierto regusto vacío.
A pesar de que alguno puede estar pensando por qué me pongo
a hablar de estas comedias, le diré que, entre otros, tuvo de seguidores a ni
más ni menos que a François Truffaut, el cual mandó una carta a Oury a raíz del
estreno de El hombre del Cadillac y le escribió que él amaba esa película. Por
otra parte, la cinemateca francesa exhibió un ciclo dedicado a De Funes hace pocos
años y sus películas se fueron remasterizando y recuperando. En España cabe
recordar que rompía taquillas (superó el millón de espectadores en su estreno en nuestro país), muchos lo veían como el Paco Martínez Soria
francés y cabe recordar que tenía ascendencia sevillana.
Precisamente Delirios de grandeza está rodada en España,
aparte de la Alhambra, podemos ver El Escorial, El cabo de Gata, el desierto
de Tabernas (Almería) o Toledo. Y en su reparto aparecen actores como Alberto
de Mendoza como el rey, una sucesión de “Grandes de España” compuesta por Don
Jaime de Mora y Aragón, Eduardo Fajardo, Antonio Pica, Joaquín Solís…Como
bailarina tenemos a La Polaca que acababa de rodar El amor brujo con Rovira
Beleta.
Aunque también, para más de uno, este tipo de productos pueden
resultar banales y sin ningún valor cinematográfico, no ocurre así en Gérard
Oury que cuidaba bastante todos los aspectos, fijémonos que la fotografía es de
Henri Decae (el de Los 400 golpes)
Cuando empieza Delirios de grandeza parece que estemos ante
el inicio de un western con sus diligencias, persecuciones, planos aéreos, una
música de Michel Planareff que parece sacada de un espagueti western...
Inevitable ya sonreír en los primeros gags y en escenas bastante conseguidas
como la procesión de Semana Santa, la bomba en el cojín o la escena inicial.
Sin pretensión alguna de ir más allá de lo cómico, sino
simplemente (que ya es mucho) de pasar un rato de lo más entretenido y agradable,
les recomiendo que vean Delirios de grandeza y fíjense también en cómo tomaron
de modelo Las meninas de Velázquez para la configuración de los personajes. En el DVD que tengo aparece el siguiente comentario publicado en el ABC el 4 de mayo de 1972: "Un film gracioso, divertido, reconfortante, de lo que de vez en cuando nos hacen falta para desintoxicarnos de esa droga sutilísima que es la magnificación de la Historia."
La última
(y seguimos esperando que no lo sea…) película de Clint Eastwood a sus 94 años es
una magnífica noticia que todo cinéfilo debería disfrutar y de paso recordar su
filmografía, en sus inicios sus obras no estaban tan reivindicadas por la crítica
y su mezcla entre un cine de autor con el más popular tampoco era del todo
bien visto. Pero Eastwood comenzó con un producto más bien modesto y con cierta
pretensión que podía ser algo más que el enigmático héroe de esos westerns o su papel sin escrúpulos en
Harry el sucio. Me refiero a Escalofrío en la noche (Play Misty for Me) del año
1971.
Ahí
interpretaba a Dave Garland, un locutor de radio de California en el que se
dedicaba a poner discos dedicados, un día recibe la llamada de una mujer que se
va repitiendo, decide conocerla, pero la rechaza, ella no parará en acosarle.
A mediados
de los 80, a raíz del éxito de Atracción fatal, la película se reivindicó y
salió de cierto olvido, muchos escribieron que el film de Adrian Lyne se había
copiado, no faltaban las similitudes. Pero como ya he dicho antes, Eastwood se
movía en un campo mucho más humilde entonces, pactó con la distribuidora
Universal un presupuesto menor y es que, a pesar de que ya era una estrella y tenía su propia productora, no
se creía demasiado en su aventura detrás de las cámaras.
Por una
parte había muchos clichés de la época, hay un afán para que no se note que
fuera una película de estudio, ya empieza él conduciendo por las costas
californianas y nos adentra en una atmósfera donde se contrastan diversos
tipos de luminosidad que refuerzan el estado psicológico de las situaciones. Es
magnifica esa recreación íntima en ese estudio de radio que definen al
personaje como solitario.
Por otro
lado, Eastwood intentaba que no se le encasillara como un personaje violento
que el público en su momento buscaba, su actitud ante el acoso de ella no es
agresivo, sin querer desvelar momentos, esto lo entendemos con una de las
llamadas que se producen en los momentos finales.
Durante el
metraje encontramos referencias a maestros como Hitchcock, está muy presente en
varias escenas o cierto uso de las tijeras o las escaleras. Pero él sabía bien
que si todo el rato era esto pues no se valoraría su obra, así pues hay también
una más que notable recreación del ambiente californiano y de ese Carmel que es
donde él años después fue alcalde, vemos muchos bares, carreteras,
lugares comunes…
Si bien
estas están muy conseguidas, por el contrario hay también la intención de
reflejar excesivamente su estado amoroso y en medio de todo ese suspense llega
un momento en que la película se pare y nos tomemos un respiro con la inserción
de toda una canción entera The First Time Ever I Saw Your Face cantada por
Roberta Flack en plan videoclip mientras los novios van paseando por el campo
en plan Love Story con los habituales tics del zoom y pantalla nebulosa.
Curiosamente
cuando esto se acaba, también la película pasa a ser por unos minutos como un
documental en el que presenciamos escenas del Festival de Jazz de Monterrey y
que ya nos anunciaban la que sería una de sus grandes aficiones, Una vez
pasados todos estos minutos extraños, la película vuelve a recobrar su fuerza.
Entre los
secundarios destaca la aparición de un Don Siegel que según se dice asesoró al
director, se cuentan también algunas bromas como que Eastwood le hizo repetir
once escenas y luego le mostró que no había película en la cámara.
Pese a sus
irregularidades y los defectos como los mencionados, es una más que interesante
ópera prima y que merece más consideración, creo que es de sus títulos menos
conocidos incluso por sus fans, algo que pasa con otras como Primavera en otoño.
En fin, disfrutemos de un gran cineasta y celebremos que siga en activo, aunque la Warner se haya portado tan mal con su "último" estreno.
Última semana de octubre, toca retrasar la hora del reloj, hay que renovar el armario, ponerse ropa de manga larga o dejar de ir a la playa. Todo ello ya nos lo iban anunciando esas calabazas tenebrosas de la noche de Halloween que en los últimos años han ido penetrando en nuestra sociedad y que no paramos de ver en los escaparates.
Pero los más clásicos tenemos otros signos que marcan el
cambio de tiempo: las castañeras y su olor característico que tanto nos evoca,
las visitas a los cementerios y recordar a nuestros seres queridos y por otra
parte, claro está, ver alguna función del Don Juan Tenorio de Zorrilla...
Ya que las diferentes
cadenas de televisión no paran de repetir sus películas en poco espacio de tiempo, podría
cortar y pegar los artículos que en años anteriores escribí acorde con el
calendario: les hablé del día de los muertos de México en Macario (1960) o en Bajo el volcán (1983) y de una versión hollywoodiense del Don Juan en El burlador de Castilla (1948). Les paso los enlaces, de momento no me he contagiado y ofrezco
algo a mis lectores “nuevo”, en este caso una comedia simpática sobre el Don
Juan que dirigiera Antonio Mercero en 1990 y cuyo título era Don Juan, mi
querido fantasma.
La acción se desarrolla en Sevilla un 1 de noviembre de 1990 cuando Don Juan sale de su tumba, como
cada año, para redimir sus pecados y así poder salir del purgatorio.
Paralelamente, el actor Juan Marquina está ensayando una versión musical de la
obra. A partir de ese momento, sus dos mundos se unirán en un círculo de
aventuras, enfrentándose ambos donjuanes con la colaboración de cuatro mujeres
con influencia en sus destinos.
El propósito principal de
Mercero era el de entretener y que el espectador se riera, aun hace tres
décadas había un mayor conocimiento de este y el Halloween no nos había
llegado, aunque era evidente aquello de que los tiempos cambiaban: “Se ha
desmitificado bastante con el paso del tiempo, no tiene nada que ver con el que
dibujó Zorrilla. Si además lo pasamos todo por el tamiz del humor, que siempre
es un poco iconoclasta, tenemos una especie de caricatura del machista,
altanero, orgulloso y vanidoso que es Don Juan” decía a la prensa.
El Don Juan,
probablemente es uno de los grandes mitos patrios junto con Don Quijote, la
Celestina o Segismundo, Valle Inclán lo había esperpentizado en Las galas del
difunto con el personaje de Juanito Ventolera… Y en el cine teníamos una
versión paródica a cargo de un Douglas Fairbanks, aunque no de las más
recordadas del gran Alexander Korda.
Mercero ya se aproximó al
personaje en un espacio de TVE de media hora de duración, él que se definía
como un peregrino del cine (realizador de algún No-Do, documentalista, director
de spots, de series...) acababa de cosechar un éxito crítico con Espérame en el
cielo (también comentada en este blog) y se animó a pesar de tener proyectos de
series (ya estaba sobre la mesa realizar Farmacia de guardia) a una
comedia con un reparto coral en la que llamaba la atención la aparición de
actrices “almodovarianas” tan de moda entonces, así pues teníamos a Loles León
(curo rasgo más hábil es el habla, pero aquí se comunica paródicamente con
castañuelas), María Barranco (como la Doña Inés en la función), Rossy de Palma
o Verónica Forqué (como Inés en la vida real, cleptómana). “No son propiedad
de Almodóvar” decía en plan de broma el realizador que contó con Juan Luis
Galiardo, actor que había recuperado fama por su papel en la serie Turno de
oficio y que estaba en plena lucha paradójica para quitarse la etiqueta de
galán.
En el año de la
producción lo que era la comedia popular española no pasaba por sus mejores
momentos, sin embargo, esta consiguió una buena subvención, estábamos a las
puertas del 92 y se quería promocionar la cultura propia. El público reaccionó
con tibieza, no fue un gran éxito, pero tuvo su público. Se dijo también que
las coreografías flamencas eran para comercializarlas en el extranjero: “Es
un mito universal, tiene una gran fuerza de penetración en los mercados
internacionales, y el cine español necesita abrir fronteras para ser rentable”.
El guion, en el que además
del propio Mercero participó Joaquín Oristrell, nos mostraba que el falso Don
Juan era despreciable, tiranizaba a los miembros de la compañía, maltrataba a
su novia, se acostaba con todas, traficaba con cocaína… En cambio, el verdadero
era bueno y afable... En la obra de Zorrilla es Doña Inés la que redime al burlador, pero aquí era él quien salva la salud mental de ella.
El lado más grotesco del
filme y más de “españolada” venía representado con los chistes sobre los
atributos sexuales donjuanescos, la forma de tratar el tema del narcotráfico,
un par de policías algo atolondrados o la forma banal de tratar la psiquiatría.
La trama se construye como
una obra de teatro, en el segundo acto asistimos a todo un vodevil con muchas puertas,
camas y confusiones que agilizan bastante el metraje. De lo demás se ocupa el
magnífico reparto que incluía a José Sazatornil “Saza” que se reunía de nuevo
con el director después de su divertido personaje en Espérame en el cielo.
Teníamos también a Luis Escobar, Antonio Gamero, Rafael Álvarez “el Brujo” o
Pedro Reyes. Así pues, creo que visionarla estos días puede ser una forma simpática de reivindicar que el Tenorio vuelva por estas fechas también.
Para abrir boca ahí va ese especial de Don Juan que Mercero realizó en los 70 en TVE con mucho elemento kitsch propio del momento
Aprovechando que este viernes
Joan Manuel Serrat recoge el premio Princesa de Asturias traigo la que fue su
segunda película como protagonista: La larga agonía de los peces fuera del agua
dirigida por Francesc Rovira Beleta. Había debutado en el cine en 1968 con
Antoni Ribas con Palabras de amor, Jaime Camino lo dirigió en 1973 en Mi
profesora particular y en 1976 tuvo un breve papel en La ciutat cremada.
La llarga agonia dels peixos fora
de l´aigua, así era su título en catalán y estrenada en esta versión en junio
de 1970 en el cine Coliseum de Barcelona, es probablemente la mejor aparición
del cantautor en el celuloide. Por una parte, teníamos la habilidad de Rovira Beleta
que volvía a rodar tras lograr que la Academia hollywoodiense lo nominase por
segunda vez por El amor brujo (1967). Con sus ganas de seguir experimentando
formas nuevas en el cine español y según sus mismas palabras queriendo crear un
cine típico, pero no tópico, se propuso moldear la película con cantante que
entonces proliferaba con éxito.
Cuando se estrena el film, Joan
Manuel Serrat ya estaba plenamente consolidado, había sabido esquivar la
polémica del La, la, la y que en TVE no pudiera volver hasta 1974, pero una
gira por Argentina le supuso que su popularidad se acrecentara por Sudamérica o
que el disco dedicado a Machado se convirtiera en uno de los más exitosos y recordados,
incluso ese año participó en un encierro en el Monasterio de Montserrat en
protesta contra el Proceso de Burgos.
La película partía de una novela
de Aurora Bertrana (1892-1974) llamada Vent de Grop editada en 1967 y que se
desarrollaba en la Costa Brava y que narraba el amor de un pescador y una
turista inglesa, esto le servía para reflexionar sobre el turismo que empezaba
a eclosionar, el choque entre culturas, generaciones y maneras de entender la
vida. Rovira Beleta cambió el escenario y este pasó a ser Ibiza, en vez de
centrarse en los turistas, lo hacía con los hippies y el título tan largo se le
ocurrió a él ya que comentaba que era algo que estaba de moda.
La película solo la he podido ver
a través de un DVD editado por Divisa en el 2008 y no se incluía la versión
catalana, en la Filmoteca de Catalunya sí se pasó en el 2015, ignoro si esta se ha emitido
en los últimos años. Uno de los principales alicientes cuando uno empieza a
verla es que no se echa en falta que no cante más: el argumento, los recursos
del director y una más que notable interpretación de él acaban imponiéndose.
No más empezar en los créditos y
cantando la bella Bon día nos lo muestra buceando en plena forma y entablando
conversación con una turista ligera de ropa, enseguida contrapone su ambiente
familiar y algún que otro apunte de turismofobia tan de moda actualmente.
Aunque la censura intervino en algún momento, hay también ese juego de saber
esquivarla, muchos besos y escenas más apasionadas se nos muestran fuera de campo o a través de metáforas como ese primer plano de la guitarra o de noche,
lo cual permite insertar algún diálogo con segundas en el que se quejan de que
no tienen el valor de hacerlo de día.
El retrato costumbrista del
pueblo es magnífico, está muy bien cuidado y aparecen varias constantes del
cine de Rovira Beleta como esa aparición de niños, en este caso jugando y
contrarrestando con esa búsqueda de la felicidad de los más mayores. También
nos muestra unas escenas de pesca nocturna con todos esos pescados aun
vivos que van en aumento y que van agonizando fuera del agua, una
contraposición, por ejemplo, con la escena en que él le enseña esa gruta en
plan turístico mientras le cuenta la historia de dos enamorados cuyas familias
estaban divididas (vaga referencia a Los Tarantos).
La interpretación de Serrat como
he señalado destaca (aunque está doblado), la cámara le quiere bien, se muestra expresivo, hay planos
muy conseguidos como esa sonrisa cuando ve ese mural que ella le ha dibujado.
Por otra parte, tememos el personaje de su novia de pueblo (Emma Cohen) que
parece que tuvo algún que otro problema con el director porque le costó
dirigirla y luego le recriminaba porque fue diciendo que se trataba de una mala
película, más de una escena nos recuerda a la de la Polaca en El amor brujo
cuando intenta huir de sus fantasmas. Trasmite maravillosamente bien su estado
anímico.
Sin embargo, así como la primera
parte del film es bastante notable, a raíz de cuando él decide ir a Londres,
cambia el ritmo narrativo, comenzamos a ver una sucesión de planos de las
calles de Londres al parecer rodadas sin permiso, ahí se nos muestra ese choque
cultural y también de paso lanzar un mensaje implícito del retraso de España,
muchas escenas de manifestaciones, policías con porras, movimientos pacifistas
de la época inundan la película y lo mejor de esta parte será Serrat viendo
pedir limosna mientras toca la guitarra o esa "participación" en el festival de la isla de Wight, según contaba el director a Carlos Benpar en su libro al subirse al escenario le tiraron de todo porque el público estaba esperando que apareciera Bob Dylan, así que tuvo que trucarlo todo en un pequeño decorado de Barcelona. Creo que esta parte, si bien es
interesante a nivel documental, no tiene la misma dosificación de la anterior y
le falta más profundidad argumental.
Ya en su regreso a Ibiza, vuelve
a coger el tono y estilo adecuados y característicos en el director, aunque
pueda ser vista como excesiva la utilización y la forma de mostrar a los
hippies de manera peyorativa, enfatiza mucho la escena de José Manuel Martín
disparándolos en plan "Spaguetti Western". Mejor resultan esas “travesuras” que
de tanto en tanto nos va mostrando como enfocar un primer plano del puerto y luego
ver que se trata de una postal o en uno de los besos que se funde luego en una
monja mientras va paseando.
Creo que a pesar de las
irregularidades de la película, es otra buena muestra del arte de Rovira Beleta
de saber sacar provecho partiendo de un material adverso y reitero que
Serrat cumplía bastante bien como actor, emotiva también es su mirada cuando
recuerda a su padre muerto al volver. La película sin romper
taquillas (561.348 espectadores) tuvo su público. La relación de Serrat con Rovira Beleta fue buena
hasta tal punto que cuando el director publicó su libro Rescate de unos poemas
olvidados (1998), el cantautor le escribió el prólogo que entre otras cosas decía: Francisco
Rovira Beleta, es y se proyecta como un hombre de fe que, vivo y contradictorio,
nunca se cansó de soñar y que jamás abdicó de su rebeldía. Un hombre que ha
sabido guardar como oro en paño la infancia, la ilusión, la sonrisa, la alegría
espontánea (…)
El próximo 21 de octubre se
cumplen ya 40 años de la muerte de François Truffaut, no estaría mal declarar la fecha como el día del
cinéfilo, él que precisamente fue un crítico que se convirtió en director. Siempre
tendremos a mano su libro sobre Hitchcock y su defensa de lo que él denominaba
verdaderos hombres de cine tales como Renoir, Tati, Hawks, Welles en un momento
en que conviene recordar que estaban siendo olvidados y subvalorados. Nunca
sabremos cómo hubiese sido su cine posterior, de bien seguro que seguiría
sorprendiéndonos, por suerte su filmografía completa está accesible y en cada
revisión encontraremos algo nuevo.
He
elegido hoy uno de esos títulos que en su momento no recibió buenas críticas ni se trata de lo mejor, hablo de Una chica tan decente como yo (Une belle file comme moi) del año 1972, dicha así
parece una película de Mariano Ozores, no suele citarse e incluso sus fans más acérrimos prefieren no hablar de ella.
Dentro de su filmografía, la
rueda justo después de Las dos inglesas y el amor (1971), el fracaso comercial de esta propició que se la tildara como un producto alimenticio, pero el director lo
negaba. Tampoco aceptaba que se dijera que era un filme muy diferente a los
suyos, si bien las formas cambiaban, el fondo ahí seguía: “Mi propósito no es
de realizar un film de tesis, se trata de una enorme comedia a base de humor
negro que tendría más bien un lejano parecido con Tirez sur le pianiste o bien
La mariée était en noir.”
Se nos cuenta la historia de Stanislav
Previne, un joven profesor de sociología que prepara una tesis sobre la
criminalidad femenina. Una de las mujeres elegidas para su estudio es Camille
Bliss, acusada, entre otras cosas, del asesinato de Arthur, un técnico en
desratización. El profesor, armado con su grabadora y sus personales teorías
que aún no ha podido confirmar, acude a la prisión. Se entrevista con la
muchacha y la somete a un largo interrogatorio, en el que sale a relucir su
pintoresco pasado. Conforme avanzan las conversaciones, Stanislav está cada vez
más convencido de la inocencia de Camille.
Tal argumento partía de la novela
Such a Gorgeous Kid Like me de Henry Farrell, autor, entre otras, de “¿Qué
fue de la prima Charlotte?” base del film ¿Qué fue de Baby Jane?. Tal fue el éxito que también escribió Canción de cuna para un cadáver o ¿Qué le pasa a Helen?. La novela, por casualidad, fue leída por el director mientras viajaba en
avión y en seguida quiso comprar los derechos. Él mismo se puso a escribir el
guion y contó también con Jean Loup Dabadie que estaba cogiendo resonancia por
sus colaboraciones con Claude Sautet. Para el papel de Camille contó con
Bernardette Lafont con la que había trabajado en sus inicios en el corto de Les
mistons (1957), para el papel de Stanis escogió a un entonces desconocido André
Dusollier, completaban el reparto nombres como Charles Denner o Claude
Brasseur.
Truffaut definía la película como
una versión femenina de El pequeño salvaje o una continuación de las ansias de
destruir el romanticismo iniciada con Las dos inglesas y el amor, así lo explicaba: “Trataba de
destruir el romanticismo siendo muy físico, de ahí esa insistencia en la
enfermedad, la fiebre, los vómitos…Aquí venia de continuar esta destrucción, es
la burla del amor romántico, la afirmación de la realidad brutal, de la lucha
por la vida…Es una película de una vitalidad exagerada, que yo deseaba que
estuviera cercana a ciertos filmes de Billy Wilder, y me parece que cuando se
lleva a término este deseo de ir hasta el fin de las cosas, la película se
convierte irremediablemente en abstracta.”
Precisamente esta imprecisión es la
que marca el desarrollo de la acción, se nota un ansia de querer
realizar a la vez una comedia clásica hollywoodiense a partir de un diálogo
entre el profesor y ella en la que se exteriorizan con exceso todas sus
extravagancias. Por otra parte, asistimos a todas las constantes de su
filmografía salpicadas con ese humor negro siempre presentes en él. La interpretación
de Lafont está cuidada, pero le falta ese carisma de las grandes actrices de
comedia de la época clásica, se intenta compensar con esa forma de ser tan grotesca
y lenguaje poco refinado para la elaboración de una serie de situaciones cómicas
más o menos resueltas con acierto. La película gana bastante con la aparición
del actor Charles Denner en su papel de Arthur, el cual va mostrando
sus obsesiones por la moralidad correcta, lo que permite ahondar más en el
juego ético.
Como decía Truffaut, no era para
nada una película alimenticia, aunque sí un experimento de querer trasladar sus
constantes a la forma de la comedia en este caso clásica y estadounidense, tiene momentos muy logrados como la utilización de ese disco con grabaciones de coches de Fórmula 1, el particular numero de auto-stop que remite a Sucedió una noche, esa pasión por la infancia, aquí los niños juegan aun más un papel importante y maduro, el juego que hay con el banjo... Dicen
las malas lenguas que a los franceses no les salen bien las comedias, la verdad
es que esta no llegaría al nivel de las grandes, pero no por ello deja de ser un
producto interesante, libre y desenfadado y que nos permite adentrarnos más en la forma de ser de él.
El pasado domingo 6 de octubre era el día del cine español y yo sin saberlo, desde que escribo
este blog hace ya 6 años he dedicado bastantes entradas a películas españolas
no tan conocidas (ni aceptadas) hoy en día, hay suficientes elementos, si no sacamos nuestros prejuicios, que permitirían no ser tan desdeñosos con
nuestra historia fílmica y especialmente alabar la profesionalidad de gran
parte de nuestros directores que tenían que torear la censura, cambios de
guiones, presupuestos ínfimos… Uno de esos nombres sería el de José Antonio
Nieves Conde, no más citarlo a los más cinéfilos les saldrá Surcos, ejemplo de
película que acaba comiéndose casi toda su filmografía en la que destacan
también las famosas Balarrasa, El inquilino o la que traigo hoy Los peces
rojos.
Decía el propio director que él
solo se había dedicado al cine y ya desde niño mostró su afición al séptimo
arte, nacido en Segovia empezó como ayudante de dirección de Rafael Gil y fue
crítico de la revista "Primer Plano" o del diario "Pueblo" donde marchó por
desavenencias con la línea editorial.Ya
empezó desde joven con el género policíaco con títulos hoy imposibles de ver
como Senda ignorada (1946) o Angustia (1947), pero su fama vendría con
Balarrasa (1951) donde ya destacaba su habilidad por crear híbridos de géneros, ahí nos presentaba un argumento bélico con el drama religioso que tanta popularidad
estaba cosechando en aquella época y se permitía incluso un
humor encubierto y cierta crítica social que al estar tan solapada de forma
inteligente no tuvo tanta repercusión en la censura del momento. Luego vino Surcos con guion de Gonzalo
Torrente Ballester y Natividad Zaro y argumento de Eugenio Montes, ahí se nos
retrataba casi por primera vez la España del momento y lo abordaba utilizando
técnicas realistas del cine norteamericano, aunque se quiso ver más su estilo
como asociado al neorrealismo italiano.
A partir de entonces ya no sería
José Antonio Nieves Conde, sino "el director de Surcos" y si uno repasa la
mayoría de las críticas esta le persigue porque no se paraba de escribir que no
había llegado nunca al nivel de esta. Incluso se quiso presentarlo como el De Sica
español y cuando Visconti rueda después Rocco y sus hermanos las comparaciones fueron aun más evidentes, evidentemente los encasillamientos le molestarían y en Los peces rojos
hasta tenemos alguna que otra prueba, lo que estaba claro es que el director
transmitía una sólida formación técnica y un sentido directo de la puesta en
escena.
Los peces rojos suponía cierta
novedad al mezclar nuevamente diversos géneros, estábamos ante un policiaco,
pero con gran fuerza melodramática, una historia de pasiones, engaños,
histeria…Una introspección psicológica de a dónde pueden llegar las miserias
humanas, no había ninguna moralidad en los personajes y eso no encajaba tampoco en los moldes de la época, por lo que suponía otra prueba de riesgo contra la
censura que decidió actuar e imponer otro final. No se preocupen que no voy a
desvelarlo, pero el arte del director supo lidiar también con esta exigencia y
un análisis más profundo tampoco permitiría que lo aceptáramos como un final
feliz.
Aviso que si quieren disfrutar
plenamente de la película no lean demasiado el argumento que viene en distintas
páginas ya que desvelan una parte importante, dejémoslo en que empieza con una
noche de tormenta en la que llegan a un hotel de Gijón Hugo e Ivón acompañados
del hijo millonario del primero, Carlos, con el que ella había tenido una relación. Hace mal tiempo, pero sienten que tienen que ver el
mar embravecido, pero poco después Ivón regresa pidiendo socorro porque el chico
ha sido arrastrado por el mar. Al no aparecer el cadáver, un comisario se hará
cargo del caso.
El personaje de Hugo Pascal
estaba interpretado por Arturo de Córdova y nos presentaba a un escritor sin
apenas suerte para que le editaran las novelas, los cinéfilos lo recordarán
especialmente por esa maravilla de Luis Buñuel llamada Él (casi la mejor
película que sobre los celos se ha realizado), el actor mexicano tuvo tanta
fama que hasta llegó a Hollywood, aunque sin películas destacables, supo explotar
su imagen de galán tenebroso y neurótico, uno de sus mejores papeles fue en El
esqueleto de la señora Morales (1960). En el cine español también lo recordamos por su
papel en La herida luminosa (1956). La
protagonista era Emma Penella que empezaba a tener papeles en películas de gran
calidad como Los ojos dejan huellas (1952) o Cómicos (1954), ya estaba a punto de iniciar su
etapa inolvidable con Manuel Mur Oti y aquí nos mostraba un personaje hipócrita
cuya obsesión es casarse con alguien millonario para no tener que seguir
trabajando.
El guion corría a cargo de Carlos
Blanco, de los mejores en esos años, había escrito el de Locura de amor (1948)
y destacaba también su trabajo en el cine negro por ser el autor del de Los
ojos dejan huellas de Sáenz de Heredia. La relación entre él y el director tuvo
sus diferencias pues Nieves Conde no quería los flashbacks que aparecen, aunque
finalmente cedió. La razón se fundamentaba en querer dar un aspecto más real a
la historia, pero precisamente ese juego con la ficción es lo que dota de atractivo
a la historia. Si en Surcos aparecía un diálogo en el que se hablaba de que las
películas neorrealistas eran las que estaban de moda y no las “psicológicas”,
aquí el personaje del librero le rechaza al protagonista los escritos por ser “fantasiosos”
y no mostrar la realidad y vuelve a citar lo del “neorrealismo”, lo que origina
una discusión que escondía también cierto humor y ganas de querer reivindicar y a la vez parodiar lo que realmente se quería.
Precisamente ese aire psicológico
que se repudiaba es lo que tiene Los peces rojos que la hacen especial, el
suspense de Hitchcock con elementos de Rebecca o Recuerda especialmente y el de Siodmark jugaban también con
este. Aquí vamos entrando en la evolución enfermiza de las personalidades del
protagonista, por una parte el deseo de querer evadirse en lo ficticio para
afrontar la realidad y, por otra, el ansia de poseer sin apenas
realizar esfuerzo alguno de ella para huir de la miseria y la vida banal que
le toca vivir como bailarina de esas revistas de poca categoría con esa primera fila reservada para los "mirones" tal y como se nos muestra. De forma implícita se nos mostraba un reflejo de la pobreza de la época como en Surcos por lo que
aunque son dos películas formalmente muy distintas, guardan puntos en común.
La puesta en escena resultaba
fresca, abandonando el acartonamiento de los decorados, incluso con un presupuesto
menor, lograba sacar partido a los exteriores, uno de los mayores aciertos era
mostrar escenas de ese Madrid de los 50 sin tampoco exceder en ello, fijémonos
cómo a través de la ventana del despacho del
abogado vamos viendo la calle o una tranquila, en aquellos tiempos, calle Alcalá con la librería, el barrio de Embajadores nocturno o las localizaciones en Gijón con una composición curiosa llena de guardias civiles
con el tricornio buscando el cuerpo de Carlos. Por cierto, que en la decoración este fue uno de los primeros
trabajos de Gil Parrondo, aquí acompañado de Luis Pérez Espinosa
Entre los personajes secundarios
destaca la figura del conserje interpretado por Manuel de Juan, está tan
aburrido por la nula actividad turística de la ciudad que nos va enseñando sus
trucos para aguantar la guardia de noche y nos lo presenta con una boina ya que
apenas recibirá visitas, su testimonio a la policía resultará divertido y es que se inventa partes con la justificación que lo tenía que "amenizar". Es un personaje simpático y entrañable que
incluso puede llegarnos a recordar, también por ser de Gijón, al de Agustín González
en Volver a empezar.
Sé que en este tipo de intrigas
más de uno hallará defectos, por una parte pueden encontrar bastante
ingenuidad en ella o no considerar creíble cómo puede estar viviendo él o el personaje de la tía que le está pagando una pensión a Carlos desde que nació... Hay
hacia el final una ironía que lanza el protagonista y que creo que venía a responder
a todo aquel que acusa las novelas o películas ficticias precisamente por lo
poco que podían resultar veraces. Fijémonos que incluso antes hay una escena algo
surrealista cuando ella está hablando con su amiga y de repente nos muestra un
juego de magia en el que de repente esta se convierte en un pavo. Hay que tener en cuenta que por mucho neorrealismo que se quisiera
transmitir, no deja de ser cine y quizá esas ansias de querer ver siempre la
verdad resultaban una quimera.
En fin, creo que les gustará ver
Los peces rojos y una buena muestra de que en el cine español con pocos medios,
pero con creatividad se podía también mostrar un gran suspense, escenas simples como la del disco resultaban eficaces para mantener en vilo al espectador, incluso hay una excelente utilización de la escalera en un plano breve nada pretencioso. Es una película que como bastantes policiacos de calidad en el cine español está subvalorada y olvidada, cuando Hugo Pascal nos enseña esa maleta llena de novelas desechadas las cambio en mi mente por la cantidad de títulos que apenas se dan a conocer. Como curiosidad, en el 2003
Antonio Giménez Rico rodó un remake titulado Hotel Danubio producido por José Luis Garci, el objetivo era querer mostrar esa
historia con el final sin censura y otra estructuración más acorde con el tiempo, pero mejor no seguir hablando demasiado y que
puedan gozarla sin que les destapen la trama.
Damos la bienvenida ya a este
octubre, época también de nuevos propósitos y entre ellos, claro está, el de
seguir viendo buen cine. Ya comenté en julio que por lo que se decía en las
redes iba a desaparecer el espacio de José Luis Garci "Classics", la Trece sigue
emitiendo películas clásicas la noche de los viernes, aunque suelen ser
westerns y superproducciones, antes de cada emisión sale la careta del programa y, mientras preparo este artículo, Juanma de la Poza en Twitter ha desvelado que el programa volvía este viernes pero sin Garci al frente, será Jerónimo José Martín quien lo presentará y ya habrá tiempo para valorarlo porque ni la Trece lo ha anunciado en su web...Mientras, el vacío que ha dejado en la noche de los viernes es tal que uno acude a escucharlo a
la misma hora en el espacio de los "Cowboys de medianoche" en Esradio.
Uno se pone a pensar: ¿Cuál
hubiera programado Garci este viernes? en plan Wilder que tenía colgada en su
despacho la frase de "¿Cómo lo hubiera hecho Lubitsch?" Personalmente que cada
semana toca escoger un tema, y no siempre es fácil contentar, creo que lo mismo
hubiese sido Douglas Sirk y alguno de sus grandes melodramas, no creo que
eligiera Atila, rey de los hunos de la que se arrepintió de haber rodado y que
consideraba uno de sus peores trabajos, es del año 1954 y estaba en la
Universal donde acababa de rodar Obsesión uno de sus títulos más exitosos. Pasar
a un "peplum" sorprendía, pero en Sirk habría que saber buscar más allá de un
simple entretenimiento.
Precisamente fue emitida hace
poco por la tarde en Trece en su formato panorámico y una semana después el
Toro TV también, aunque aquí la copia era cuadrada para entendernos. No se
trataba de suprimir el formato, se rodaron las dos versiones, la tengo
en DVD de esta manera, creo que el Blu-Ray sí que la
comercializó en Cinemascope. La Universal se sumó al éxito de tal formato y nada
mejor que un director como Sirk para explotar aún más la imagen. Pero este no
fue el formato que emplearía posteriormente.
Bien, el argumento valga la
redundancia habla de Atila, rey de los Hunos, cuando el imperio romano se halla
dividido en dos en el siglo V, este acaudilla a todos los pueblos barbaros al
norte del Danubio y mientras decide a cuál de ellos atacará primero, sus
hombres capturan al centurión Marciano (Jeff Chandler) que lleva un mensaje
desde Roma para el emperador de Oriente. En un principio tenia que ser Chandler
quien hiciera de Atila, pero este se negó a querer interpretar a un personaje
malvado y al final Jack Palance tuvo la oportunidad de bordar uno de sus
papeles más famosos.
Aunque se suele decir que el
guion era poca cosa y no estaba a la altura de Sirk, creo que era más bien lo
contrario, uno de los guionistas Barré Lyndon tenía en su haber magníficos
trabajos como el de El mayor espectáculo del mundo, a él se unía el nombre de
Oscar Broding habitual en la Universal. Se jugó en apariencia a resaltar el
cristianismo frente al paganismo, fíjense que el título original era Sign of
the Pagan, la Universal diseñaría un producto para un amplio abanico de
público en el que primaría el entretenimiento sin olvidar la concepción
artística.
Y es que ver hoy Atila, rey de
los hunos, supone uno de los ejercicios más interesantes para quien quiera
seguir y analizar la obra de Sirk, desde todo ese cuidado visual tan presente
en él o el enfoque atormentado de sus personajes con esos habituales claroscuros cuando nos presenta los diálogos, toda una verdadera
introspección psicológica que va desde la desmesura del protagonista hasta
incluso mostrarnos su lado comprensible. Incluso lo menos interesante acaba
siendo el argumento, lo que realmente uno quiere ver es ese tratamiento y
formas que Sirk les daba e ir fijándonos en sus sugerencias plásticas, como ese puñal clavado que refleja la cruz o el duelo entre Atila y Marciano, lástima que para este último Jeff Chandler estuviera tan frío en su papel.
Así pues, no valoren la película
por su trama ni las licencias históricas que se dan, piensen que están ante otro
de sus grandes melodramas y seguirán disfrutando del oficio del gran Douglas
Sirk... Y a seguir pensando cuál programaría Garci la semana que viene...Y qué programan ahora los nuevos Classics... Algún día habrá que hablar de los programadores de las distintas cadenas, sin ir más lejos el pasado lunes en la 2 emitieron por tercera vez Matrimonio a la italiana como homenaje al centenario de Marcello Mastroianni, se ve que el ente púbico no tiene (o no conocen) otra película del magistral actor.
Seguimos con los centenarios esta
semana, esta vez toca el de Marcello Vincenzo Domenico Mastroianni más conocido
como Marcello Mastroianni que nacía un 28 de septiembre de 1924 en Fontana Liri
(Italia) y que falleció el 19 de diciembre de
1996. Trabajó bajó las órdenes de los grandes: Visconti (Noches blancas), Fellini
(La dolce vita,8 y medio…), De Sica (Matrimonio a la italiana, Ayer, hoy y
mañana), Antonioni: (La noche)... Y otros nombres que han ido cayendo en el olvido
en las últimas décadas, tales como Monicelli, Risi, Comencini,
Blassetti, Germi, etc. Entre ellos está el de Ettore Scola y que formó
otro gran dúo con el actor, películas como Una jornada particular, Macarrones,
Splendor…
En 1981 rodó La noche de
Varennes, un curioso filme histórico en el que un viaje en diligencia desde
París a Verdún de un variopinto grupo el 20 de junio de 1791 servía como medio
para recordar las circunstancias históricas que rodearon la frustrada fuga de
Luis XVI y María Antonieta. Entre ese abanico de personajes teníamos al
escritor y liberalista Restif de la Bretonne (Jean Louis Barrault), el
ensayista político Tom Payne (Harvey Keitel), una aristócrata (Hanna Schygulla),
un estudiante (Pierre Malet)… A ellos se añadía Giacomo Casanova, papel del que dijo el
director que solo podía haber hecho Marcello Mastroianni y que creo que es de
sus mejores caracterizaciones.
Más de uno al leer la sinopsis le
habrá venido a la cabeza La diligencia de John Ford que a la vez ya
saben que venía inspirada por el cuento Bola de sebo de Guy de Maupassant, a Scola
se lo recordaron bastante y él contestaba que aunque no fue el modelo, sí que
estaba en el inconsciente y añadía un irónico: “¿Quién no la tiene?”.
El guionista Sergi Amidei que había trabajado con Roberto Rossellini o De Sica
firmó su obra póstuma, si se fijan en los créditos verán que está dedicada a él
ya que falleció en pleno rodaje.
Recuerdo cuando en la EGB tocaba
el tema de la Revolución Francesa y la profesora recomendó este título ya que la
emitirían en la 2 próximamente, pero nos dijo que narraba la fuga del rey y era
entretenida, así que me lo imaginé en
plan western huyendo y sorteando todo tipo de aventuras como un John Wayne
defendiéndose de los indios, cuando por fin descubrí La noche de Varennes me
llevé un pequeño chasco, solo veíamos sus pies y hacia el final, el resto eran
los diálogos de toda esa gente interesante.
Cuento esa anécdota porque puede
costar en un principio situarse, pero el espectador que quiera saber de
historia no va a quedar decepcionado, todo lo contrario, asistirá a toda una
lección y lo que es más importante, a reflexionar sobre esta. Si Scola nos
había mostrado en Una jornada particular que la Historia afectaba a un
individuo, aquí el individuo incide en esta
y es que fue el mismo pueblo quien detuvo a Luis XVI. Aparte, el guion y la
plasmación del director era desde cierta distancia, él hablaba de que estaba al
lado de todos: “Ellos hablan de ideales como de un modo de sentirse en paz
consigo mismos, de sentirse seguros. Lo que cuenta, en mi opinión, es
enfrentarse con uno mismo (…) y ver si se está o no en armonía con lo que
sucede alrededor.”
Estando acostumbrados hoy en día
a la subjetividad cuando se presenta algo y al partidismo, lo cual es peor, se
agradece esta cosa tan rara en nuestros días llamada objetividad. De ahí que
uno de los personajes que se lleva mayor protagonismo sea el de Restif de la
Bretonne (Jean-Louis Barrault) que reconoció los méritos de la Revolución
Francesa, pero que se preocupó también en conocer a sus oponentes y poder
comprenderlos.
Pero es obvio que a pesar de la
genialidad en que le vemos y escuchamos, el personaje que se come a todos los
demás es el de Giacomo Casanova y es que Mastroianni daba otra lección de
interpretación, su personaje ya envejecido reflejaba en cada fotograma su
cansancio y visión sarcástica de la vida, Scola nos lo presenta, ya desde el
principio, arreglándose la peluca y ayudando al escritor para que suba en esa
diligencia. Es tal la grandeza que hasta se permite romper la cuarta pared y decirnos cuándo morirá este. A tenor de esto, el director expone el film como si de un espectáculo de linterna mágica se tratara con el prólogo y
el epílogo y parar de tanto en tanto para dar algunas explicaciones que no
resultan nada pedantes, se concebía como un
homenaje a los enciclopedistas. Con esto se reivindica el papel
del cine como arte didáctico, aspecto muy olvidado en los últimos
tiempos con la concepción peyorativa del cine solo como entretenimiento
Los diálogos de Casanova con el resto
de los personajes tienen un tono irónico que ayudan aun más a que disfrutemos
de su actuación, cuando el escritor siente necesidades fisiológicas y le
exclama que maldita vejez, él le contesta con un “se nos castiga de donde más
hemos pecado”, en otro momento se sorprenden que coma tanto y su respuesta es
la de “sí, incluso cuando tenía otros placeres”, memorables también sus
contrarréplicas al personaje del estudiante (quizá el menos tratado) cuando
sentencia que el pueblo es el más tiránico de los soberanos.
En fin, que si quieren disfrutar
de una gran actuación de Mastroianni para este centenario, creo que La noche de
Varennes les va a satisfacer plenamente, además de poder gozar de Harvey Keitel o Hanna Schygulla entre otros. Por cierto que el actor Jean Louis Barrault, que interpreta
a Restif se le apodó como el Laurence Olivier francés, no se prodigó mucho en cine, aunque lo vimos en grandes títulos como Los niños del paraíso, La ronda, Diálogo de Carmelitas o El día más largo. Para verla, se editó hace pocos
años en DVD y Blu-ray por Divisa y aun está a la venta, solía estar en alguna plataforma como Filmin, pero, ahora mismo, no.
Si algún día desaparece el formato físico definitivamente, este tipo de películas correrá la misma suerte...
Un 16 de septiembre de 1924 nacía en El Bronx (Nueva York)
la mítica actriz Lauren Bacall, su imagen se asocia más en el recuerdo al cine
negro y especialmente por formar pareja con Humphrey Bogart, títulos míticos
como Tener y no tener (1944), El sueño eterno (1946), Cayo Largo (1948)…Pero en
este blog, como suele pasar cuando hablo de centenarios, me decanto por otros no tan conocidos, en este caso hablaré de Young Man with a Horn (1950), aquí
titulada como El trompetista, un biopic sobre el músico Bix Beiderbecke (1903-1931) interpretado por Kirk Douglas y en la que también compartía protagonismo con
Doris Day.
De entrada, es lógico que el nombre de este trompetista no
les suene a la mayoría, murió a los 28 años y su vida fue bastante
autodestructiva, la escritora Dorothy Baker quiso recordarlo en 1938 publicando
la novela en la que este tomaba el nombre de Rick Martin y que fue considerada como
la primera sobre el jazz. El material fue reelaborado por los guionistas
Carl Foreman y Edward H. North, el primero ya tenía experiencia en escribir un
papel que explotara las habilidades de un joven Kirk Douglas en El ídolo de
barro (1949). Fue producida por la Warner y esta encargó a Michael Curtiz la
dirección.
Pero El trompetista, que es como se llamó en España, no se
estrenó aquí en los cines, la primera vez que se vio fue en un pase de TVE un
10-12-1977, se desveló que el papel que encarnaba Lauren Bacall tenía una carga
lesbiana que la actriz ni tan siquiera notó, ella declaró años más tarde que
las referencias eran muy sutiles y a ello añadía que en aquellos tiempos se
confesaba ingenua y que no había comprendido hasta mucho más tarde al
personaje. La productora no quiso tampoco hacer hincapié en el tema, además de optar por un final optimista, aunque no exento de dramatismo.
Douglas fue doblado por Harry James de quien hablamos no
hace mucho por su interpretación en Escuela de sirenas, a pesar del edulcoramiento
impuesto, transmite sabiamente el tormento de su vida, por otra parte se debate entre las
dos mujeres de su vida, una acertada contraposición entre el carácter frío y distante de la
Bacall y el
de Doris Day que supone todo lo contrario.
La aparición de la Bacall es espléndida, digna de sus
mejores películas, aparece reflejada de repente en un espejo, mantiene un
diálogo extraño con Douglas que acertadamente le contesta con un “no entiendo
nada, pero me encanta tu voz”, nos adentramos en su dificultosa personalidad, que no ha sabido encontrarse a ella misma y que es incapaz de amar porque para eso hay que respetarse y no lo ha hecho ni consigo misma... Curtiz la enfoca como si de una "femme fatale" del cine negro se tratara, algunos critican que por la condición
sexual antes mencionada se le dan todos estos estereotipos negativos, pero no deja de
ser cine y por aquel entonces no era fácil mostrarlo ni querer hablar de ello (cuesta creer que la Bacall lo ignorase...), hay ahí toda una lección de interpretación y pocas actrices
con una personalidad como ella se meterían en la piel de una perdedora, magnífica la escena en la que bailan juntos por primera vez, pero él está más por ver cómo está tocando el trompetista de la orquesta. Esas miradas lo decían todo...
Pero no hay que dejarse llevar solo por esto, El trompetista
es una notable película, creo que Curtiz en parte pudo corregir el error de
cuando rodó la biografía de Cole Porter en Noche y día y haber cedido demasiado
a las presiones también de la Warner de no mostrar el entonces "lado oculto" del músico, aunque ahí nos mostraba un rostro casi
tenebroso de Cary Grant al final que ya lo decía todo y que poco tenía que ver
con el “happy end” impuesto. Si bien en Noche y día la película pasaba más por un
musical, aquí hay más dinamismo de géneros: Doris Day se encarga de cantar
varias canciones, no hay coreografías, pero sí que aprovecha todos estos
momentos para mostrarnos una habilidad del trompetista, ya la primera escena,
cuando ella muestra su malestar por los arreglos, y ganas también de querer
robarle el protagonismo, servirá de base para los
momentos finales en un perfecto guion.
Por otra parte, la música está perfectamente utilizada, ni
sobra ni falta en todo el metraje, ayuda mucho a que penetremos en el interior
de él, por otra parte Curtiz logra desde el primer minuto que nos interese esta
biografía aunque poco conozcamos a este músico. Se sirve de recursos como cuando
su amigo “Smoke” (Hoagy Carmichael) rompe la cuarta pared no más empezar, luego cuando recrea
la infancia de este, el niño que lo interpreta lo hace magníficamente, hay
muchos movimientos de cámara, pero que no tienen la pretenciosidad del cine
actual donde parece que haya que justificar en todo momento ir haciendo
piruetas con esta. Emotivo resulta el primer contacto con esa orquesta y con el
trompetista Art Hazzard, igualmente se utiliza otro recurso cuando va a la
tienda a comprar una trompeta que recuerda en parte al del trombón de Glenn
Miller en Música y lágrimas. La fotografía de Ted D. McCord
impresiona con todas esas tonalidades de negros y esos rascacielos neoyorquinos
tan bellos como tenebrosos, el director optó por rodar algunas escenas en
exteriores, algo que resultaba novedoso entonces y más en un film con estas
características que tiene, aunque no lo sea, aires de cine negro.
Creo que El trompetista es una buena oportunidad de descubrir
una gran película y disfrutar de su música jazzística, además de rendir
homenaje a la mítica Lauren Bacall que como decía al principio se la recuerda
más por esos papeles de cine negro, pero que tampoco tendríamos que olvidar sus
dotes para la comedia, aquí hablé de Cómo casarse con un millonario y les
recomendaría que vieran también Mi desconfiada esposa de Vincente Minnelli. En fin, pueden encontrarla en alguna plataforma como la de Movistar, la TCM la emite varias veces y en DVD salió en una buena copia. También sirva de homenaje a Michael Curtiz cuya filmografía suele estar subvalorada a partir de esta década, pero que fue otro de los grandes que no dejaba indiferente en ninguna realización.
Mientras preparaba la entrada de esta semana, me enteré de la
muerte de James Earl Jones, "ha muerto la voz" exclamó más de uno especialmente en las redes que se inundaron con más comentarios que con las desapariciones recientes de Gena Rowlands o incluso de Alain Delon. Todo era porque fue la voz de Darth Vader de la saga de La guerra de las galaxias o
la de Mufasa del Rey León, pero aquí teníamos al recordado Constantino Romero y por aquel entonces tampoco, aunque ahora muchos digan lo contrario, veíamos tanta versión original. Sin embargo al actor lo recordamos bastante por papeles icónicoscomo el malvado Thulsa Doom de Conan, el bárbaro o en el otro extremo, el divertido rey de El príncipe de Zamunda.
Pero el actor era mucho más que todos esos papeles secundarios, incluso en sus comienzos tuvo hasta una nominación al Oscar y varios
reconocimientos por una pieza teatral estrenada en Broadway en 1969 y escrita
por Howard Sackler llamada irónicamente La gran esperanzablanca en la que se puso en la piel del boxeador estadounidense de raza negra Jack Johnson (Jack Jefferson en la obra). El éxito de esta propició que la FOX echase el ojo y le encargara a Martin Ritt la dirección al año siguiente, el cual no quiso grandes estrellas comerciales y optó por apostar por los actores que llevaban nada menos que 546 representaciones, ahí estaban además de Jones, Jane Alexander, Lou Gilbert, R.C Amstrong, Robert Webber...
La interpretación de Jones, que era hijo de un boxeador, no pasó desapercibida por la Academia, aunque aquel año la estatuilla se la llevó (no la recogió) George C. Scott por Patton, el argumento le servía a Ritt también para denunciar el racismo a través de la historia del primer púgil negro campeón mundial de los pesos pesados, pero que acabaría siendo detenido bajo la acusación de mestizaje, siendo procesado y condenado a tres años de prisión; huiría de esta y marcharía hasta Europa con su pareja.
El propio Sackler escribió el guion
y se filmó gran parte en Barcelona, curiosamente no se la
suele mencionar demasiado cuando se repasan las películas rodadas en la Ciudad Condal. Pero más de un barcelonés recordará ese invierno de 1970, en la prensa de
la época aparecían anuncios de que se necesitaban extras a
razón de 650 pesetas diarias, se dice que llegaron a contratar a 7000, se resaltaba que tenían que tener rasgos franceses y alemanes (uno de ellos fue Xabier Elorriaga…), en otros personas de raza negra, mestizos,
mulatos, de aspecto mexicano y cubano.
A pesar de que Barcelona no contaba con grandes platós, la
habilidad del director artístico John de Cuir, que conocía la
ciudad ya que había trabajado con Bronston en El fabuloso mundo del circo,
convirtió el Estadio Olímpico de Montjuic en el escenario de la Habana donde se rueda el combate
final, la estación de Francia pasó a ser la de Budapest, el parque de la "Ciutadella" pasó a ser el zoológico "Gischer Garten" de Berlín, aunque al rodar en invierno se necesitaron 400.000 hojas artificiales, la
sala oval del MNAC pasó a ser el "Vélodrome d’Hiver" de
París…
Estrenada el 26 de noviembre de 1971 no fue un gran éxito de
taquilla, aunque sus números tampoco fueron desdeñables: 580.022 espectadores.
La crítica se mostró dividida y a Ritt eso le pasaba a menudo, su filmografía
llena de títulos interesantes y loables ha quedado algo solapada por la de otros colegas
de su misma generación de la televisión. Este no es de sus mejores trabajos, cuando vi la película hace unos años, la encontré falta de ritmo, los diálogos no tenían esa agilidad que
requiere un film de estas características en el lenguaje cinematográfico, se
notaba que se quería respetar demasiado el origen teatral, pero James Earl Jones
estaba inmenso, suplía esas carencias y por otra parte, era bien curioso ver esa Barcelona disfrazada.
Emitida pocas veces en televisión, tampoco se editó en DVD en su
día y en plataformas tampoco me consta que esté, sí está en YouTube en su
versión original, aviso que sin subtítulos y en una copia mala. Ya que la muerte de Jones ha consternado tanto, especialmente entre los fans de Star Wars, nada mejor que valorar todo su trabajo y más este en el que fue el verdadero protagonista.
Tras unas semanas de obituarios, vuelvo a seguir el calendario y no está de más recordar Cuando llegue septiembre (Come September,
1964), aunque esta se desarrolla plenamente en el mes de julio... Hubo un tiempo, hace ya tres décadas cuando no nos podíamos ni imaginar qué era una plataforma, que en TVE nos programaban los domingos, especialmente,
películas de los 50 y 60 y entre ellas abundaban las protagonizadas por Rock Hudson (la razón era que tenían los derechos de gran parte de la Universal). Lideraban la audiencia de aquellas tardes con picos del
inimaginable hoy en día 30% de share. Parte de mi generación descubrió y se aficionó
también a verlas, de ahí que tenga también un cierto cariño añadido a estas.
Una de las que más se emitió era la que comento, se trataba de una
comedia dirigida por Robert Mulligan, perteneciente a la "generación de la
televisión" formada entre otros por Delbert Mann, Martin Ritt, John Frankenheimer,
Sidney Lumet, Arthur Penn… De algunos he hablado en artículos anteriores, el caso de Mulligan era algo
peculiar porque prometía mucho y acabó siendo valorado como irregular, aunque a
ello se suma quizá cierta subvaloración. Su primera película El precio del
éxito (1957) apuntaba maneras, vino luego la comedia dramática Perdidos en la gran ciudad (1960) y repetiría
con Curtis en El gran impostor (1961), en medio de estas la de hoy.
Después vendría su gran título Matar a un ruiseñor (1962), sin embargo no
consiguió luego el mismo nivel, algo que le perjudicó ya que se despreciaban
películas notables tales como La última tentativa (1965). Vendría después una
etapa de recuperación con filmes que han acabado siendo de culto como Verano
del 42 (1971) o El otro (1972).
A Mulligan se le achacó que no se movía bien en la comedia, aquí
partía de un guion que contaba entre otros con Stanley Shapiro y Maurice Richlin
que habían escrito comedias de la Universal para Rock Hudson tales como
Confidencias de medianoche (1959) o Pijama para dos (1963), la historia corría
a cargo de Stanley Roberts que acabó escribiendo muchas series como Bonanza o
Banaceck, otro nombre que figura es el de Robert Russell que participó en
comedias clásicas como El amor llamó dos veces (1943) o la que fue la despedida
de Cary Grant en Apartamento para tres (1966).
En el reparto, además del ya mencionado Hudson, destacaba
una Gina Lollobrigida en sus intentos de incorporarse al "Star System" hollywoodiense, repetiría años después con el propio Hudson en Habitación para
dos (1965). Teníamos también los ya míticos nombres para aquellas generaciones
de Sandra Dee (otros la conocemos más por aquel número de Grease donde se la
parodiaba) y el de Bobby Darin, cantante y actor muy popular en su momento y
que había contraído matrimonio con ella en 1960, su relación duró 7 años. Murió
prematuramente a causa de problemas cardiacos en 1973.
Que Mulligan no se moviera bien en la comedia era algo
discutible, pero en cambio sabía dirigir bien a los actores, aquí Gina Lollo
está realmente espléndida y nos olvidamos de aquella inexpresividad o más bien frialdad que caracterizaba sus papeles en Hollywood, le da la graciosidad
adecuada a su personaje y se muestra muy natural a la vez, no en vano es un
personaje italiano, pero también había que saber actuar para que se notara eso
y el gusto que deja es el de que era algo más que una cara bonita. Hudson también
cumple, más de una vez se le ha reprochado que estaba a años luz de un Cary
Grant, evidentemente era exigirle demasiado, pero, sin embargo, uno lo ve aquí,
al igual que en las que actuó con Doris Day, y sabe sacarle también a su rol
toda esa chispa necesaria para que una comedia funcione.
Cuando llegue septiembre tenía también ese lado de comedia
turística con muchos pasajes de ensueño que a primera vista pueden dar la
sensación de película alimenticia. Billy Wilder ya
nos mostraría una década más tarde que se podían conjugar bien estos rasgos y
ser más trascendente. Por cierto, que algo nos recuerda a Avanti esta, aquí se
nos narra como Robert Talbot (Rock Hudson) un adinerado neoyorkino viaja cada
septiembre a la mansión que tiene en propiedad en Roma, pero esta vez lo hará
en julio.Su amante, Lisa Fellini (Gina Lollobrigida) se iba a casar con un inglés llamado Spencer… y a su mayordomo, Maurice
(Walter Slezak), lo tomará in fraganti usando su villa como un hotel.
Como ven, estamos ante una farsa sexual con más de un
mensaje implícito envuelto en forma de comedia divertida e inofensiva, tenemos
por una parte la parodia del americano de clase alta que presume de ser
superior a todos, breves pinceladas lo van colocando en su sitio, tampoco
convenía hacer un ejercicio de introspección y arrepentimiento... Interesante,
aunque poco dibujado, es el personaje del inglés pretendiente que le suelta a
Gina lo complicado que resulta decir que se casa con una extranjera, en una
buena contestación ("zasca" como ahora dicen en los medios) ella suelta que en
Italia el extranjero sería él.
La realización de Mulligan es más bien funcional, cumple sin
que tampoco nos maraville con planos imposibles, era más bien un producto alimenticio, recurre también a partir la
pantalla en dos para mostrarnos las llamadas telefónicas, algo que puede chirriar
a más de uno. Creo que la película gana con la aparición de los jóvenes que ya
se habían encontrado con Hudson al comienzo e intercambiaban sus burlas hacia
sus coches. La ingenuidad, tan inocente como aceptable entonces, con el paso del tiempo lo
más seguro es que le reste valor al conjunto, choca ver a Sandra Dee rápidamente haciendo
de psicoanalista de Hudson ya que el mayordomo le había dicho que estaba loco y
se hacía pasar como el verdadero dueño al principio. Precisamente, este personaje es de los
mejores del film, interpretado por Walter Slezak ofrece un contrapunto, aunque más en la primera parte, a las
extravagancias de los demás y permite la reflexión en un guion que, a pesar de
los nombres mencionados, tampoco pretendía acabar en un clásico.
La “guerra” entre los chicos comandados por Bobby Darin
contra Hudson constituye un giro cada vez más evidente hacia el "slapstick". Aunque los guionistas reparten para todos, se decantan más por la madurez que
no hacia la juventud, por cierto que con esta película algunos empezamos a escuchar
ese término de “lemmings” que es tal y como se califica Darin y que mi generación
conoció a través de un juego de ordenador de los 90, el cual traumatizaba con
aquello de que eran seres destructivos que se mataban en masa. En la actualidad apenas ya se utiliza, modas de antaño...
El desenfado palpable desde el inicio se va desarrollando más: muchas escenas con las vespas, bailes, tono vodevilesco y una media hora final con una buena mezcla entre lo que era la
comedia italiana de los 50 y parte de los 60 con la comedia de oro hollywoodiense, alguna frase
ingeniosa vamos encontrando como que el hombre es tan estúpido que es capaz de
construir el Empire State como para acabar tirándose. En fin, creo que ya que
estamos inmersos en el dichoso septiembre y más de uno estará melancólico o
todo lo contrario, sonriamos con una buena comedia que hará más llevadero el temido mes. Pongan atención en los
secundarios y verán a Joel Grey, el maestro de ceremonias de Cabaret.